Una vida pasada por agua (III)

Por suerte, no hay forma de arrebatarle la alegría a las criaturas. En el peor desamparo, sus cabezas, abiertas al mundo, juegan con lo oscuro, la luz, el resplandor y las manchas en la pared. De su primera gran inundación, en 1992, Liz Lugo (31 años) se acuerda, con unos ojos gigantes de regocijo, de los cangrejos que aparecieron con el desborde del río Paraguay.

Cuando sus padres, cansados de esperar que bajen las aguas, la llevaron a la casa de unas primas, en terreno más firme, ella lo sintió como un regalo del cielo. “Para mí era fantástico, ver cangrejos, agua, juegos en la casa de las primas, las amiguitas…”.

Liz y su gente vivían –viven, si tomamos un presente atemporal- al lado del Deportivo Sajonia, sobre la calle capitán Bozzano. La mayoría de las casas tiene salones comerciales abajo y en planta alta las viviendas. Son viviendas comerciales que se construyeron por esos tiempos del Puerto Sajonia. “Puerto Sajonia mi desvarío”, dicen en música y letra Manuel Ortiz Guerrero y José Asunción Flores en “Paraguaýpe” ¿Les suena? Ahora que la ciudad está tan cambiada, conviene recordar el verso completo: “Puerto Sajonia mi desvarío, azul cerrito de Lambaré, la escalinata, el mangrullo, el río, mi canto errante te cantaré”.

Liz enseña (ahora tuvo que pedir permiso) en un programa de apoyo escolar, a la vuelta de la casa de Sajonia. Aun con los pronósticos en contra, al igual que los vecinos de la cuadra, ella  se aferró hasta el último segundo a la idea de que el agua baje.  “Todos tenemos la fe de que el agua llegará hasta cerca de tu casa nomás”.

Liz, Augusto y Cristina, la abuela y la suegra, en la casa de Guarambaré.

Liz, Augusto y Cristina, la abuela y la suegra, en la casa de Guarambaré.

Pero el agua, por Canaán subía sin remedio. Con sus vecinos iban todos los días a mirar. Especulaban, discutían qué hacer. Siempre llegaban a la misma engañosa conclusión: “el agua no llegará hasta nosotros”.

“Esa esperanza de que el río baje nunca te abandona. Es que nadie quiere dejar su hogar, sus pertenencias, sus amigos, sus vecinos. Nadie”, resuelve, con énfasis.

Hasta que en esa semana de junio, de extendida lluvia, les tocó una tormenta que hizo del baño, literalmente, “mierda”. Volvieron también los cangrejos. El agua ya estaba en la casa de al lado. Ella, con un bebé de casi un año, decidió entonces que ya no era un juego.

Augusto, su bebé, la mira encantado entre sus mamas.  Ella se toma un tiempo para continuar. De no ser por Augusto, está segura de que no se hubiera separado de sus dos hermanas y su madre. Es que una de las hermanas, la mayor, es “especial”, nos cuenta. Nada puede hacer sola: comer, limpiarse, acostarse. “Nosotros jamás abandonaríamos a nuestra hermana”, resuelve, sin lugar a dudas.

La madre y las dos hermanas fueron a parar a la casa de un familiar, sobre Colón. El padre quedó en J. Augusto Saldívar, donde tiene un taller. Ella y su bebé se trasladaron a Guarambaré. En Guarambaré, en la casa de la suegra, se siente bien. “Algunas diferencias”, pero “me siento –nos sentimos- bien”, señala, acariciando la mejilla de Augusto.

Como no tienen planes de compartir vivienda con el padre de su hijo –“todavía”-, ella espera volver a su hogar en cuanto se dé la ocasión.

-Pero dicen que ahora viene el Niño…

Sí, pero el Niño no causa inundación. Lo sabemos.

-Ah, y en cuánto tiempo creés que podrás volver a tu casa

La última vez tardamos en volver tres meses.

-¿Te has puesto a pensar que ahora la inundación puede ser más permanente? ¿Han discutido con los vecinos esa posibilidad?

Sí, lo hemos pensado. Ahora, por primera vez, lo estamos discutiendo. Pero en nuestras cabezas no se cruza la idea de abandonar la casa, el barrio.

“Puerto Sajonia mi desvarío”.

 

 

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