Un hasta siempre para Amadeo Amado

Texto en homenaje al artista plástico guarambareño Amado Cabañas Rolón, conocido como Amadeo Amado. Falleció en la madrugada del sábado 15 de mayo, en el Centro de Salud de su ciudad, a los 75 años, a causa de complicaciones derivadas de un ACV que lo dejara en cama por mes y medio. El artista fue egresado de la Escuela de Bellas Artes, desarrolló su carrera artística en Argentina (12 años) y Brasil (18 años), antes de volver a su ciudad natal en el año 1994. Durante cerca de 20 años se encargó de pintar el telón del Festival del Takuare’ë, que en varias ediciones complementaba con instalaciones escenográficas. Quedan intervenciones suyas en la Plaza Emiliano R. Fernández (Guarambaré), en la plaza de la iglesia de Ypané, en la ciclovía de San Lorenzo, entre otros.

Por Mirna Robles Armoa

La luz cálida del taller nos sumergía de inmediato en un estado de paz. Los discípulos y el maestro, pintando entre perros y gatos. El profe Amadeo indicando qué pintar, cómo, qué colores mezclar, acercándose a enseñarte el movimiento para el trazo. Sus manos ágiles se movían como jugueteando entre paleta y lienzo, como haciéndole cosquillitas al óleo.

Don Amadeo vivía en la casa que fuera de sus padres. Cuando estudié pintura con él, en el 2005, tenía como 5 perros y varios gatos. Los perros convivían con nosotros (alumnos y maestro) en una naturalidad apacible, entraban, salían, se acostaban al lado, y eran motivo de frecuentes relatos cortos sobre sus aventuras. Estaban Madre, Sin Zapato, Con Zapato (no recuerdo el nombre del resto).

Yo estaba en el colegio (2do de la media). El profe Amadeo era ya una persona grande y artista maduro. Teníamos clases los sábados de mañana, en su taller, una casa de estilo colonial, también herencia familiar, ubicada frente a la casa en la que vivía. Escuchábamos radio mientras le metíamos mano a óleos y pinceles. Mis compañeritos y compañeritas eran siempre más chicos que yo, a lo sumo éramos 3 alumnos cada vez.

Al profe Amadeo le encantaba conversar y escucharlo hablar era un entretenimiento placentero. Una cadencia muy suya, una suave entonación melódica, tenía al hablar, como si el trabajo de pintor le hubiese conferido una delicadeza especial a todo lo que hiciera. Siempre recordaba una anécdota nueva qué contarnos, de su tiempo vivido fuera del país, en Argentina, en Brasil, de lo bien que vivía de su trabajo en ese tiempo, de lo mucho que se destacó pintando cuadros de flores en Sao Paulo… y cientos de historias de la Guarambaré de antes, de cuando era niño, de la antigua iglesia, del tiempo de las carretas y los burros en esta pequeña ciudad de Central.

Por una curiosidad mía, en ese tiempo, y con unas compas de colegio, leíamos bastante sobre historia del arte. Una inusual inclinación en nosotras, algunas de las chicas bochas de la clase, nos hizo optar por el énfasis en Letras y artes, que era entonces caracterizado como el énfasis electo por los alumnos más kachiäi y/o akä ne. Todo en ese mismo tiempo. Amadeo Amado era un pintor que en cuanto a apreciación de corrientes y estilos prefería lo clásico. Recuerdo escucharlo hablar de Picaso con cierto reproche, decir que lo que plantea el cubismo es tan feo, sin gracia y carente de sentido, y que habiendo, Picasso, desarrollado un estilo de dibujo tan refinado, no entendía por qué reivindicaba sus obras del cubismo. Era como si no le perdonara que hubiese optado por eso. Es que nuestro pintor guarambareño se veía reflejado en el español, era un espejo, aunque de reflejo invertido. Decía que Picasso nunca tuvo fama pintando bien y que cuando pintó mal se hizo popular, de modo que siguió pintando mal. Yo estaba completamente en contra de lo que mi maestro decía, conceptualmente me fascinaba la propuesta del cubismo de exponer algo transgrediendo las formas, mas mi respeto de alumna y mis ganas de comprender su punto de objeción me obligaban a escucharlo de verdad, y hoy que sin remedio vuelvo a pensar en mi maestro se me aparece una verdad, una verdad que explica ese reproche. El profe Amadeo también optó, también tomó decisiones sobre su arte, como lo hiciera Picasso. El profe Amadeo optó por volver a su país, por volver a esta pequeña ciudad de habitantes ingratos en apariencia, a desarrollar su trabajo aquí. Allí se explica, allí se entiende, el reproche al español. Él, el guarambareño, no dejaría de pintar bien (o de pintar del modo que él sentía era el mejor) a cambio de la fama.

Si bien yo estimaba las corrientes más transgresoras de las formas clásicas y que plantean una elaboración conceptual en las obras, admiraba muchísimas habilidades de mi maestro. Era un paisajista increíble, me asombraba la facilidad con que iba desplegando trazos sueltos en el lienzo y con no más que algunos elementos centrales lograba inventar paisajes hermosos y vívidos. Envidiaba con gozo esa habilidad suya de inventar, algo para lo cual fui inepta, siempre debí copiar. Me enseñó a pintar rosas, de las rojas (más fáciles), a las blancas (las más difíciles), cuya lección fue de las que mayor satisfacción me generó. No podía evitar imaginarlo en Sau Paulo, pintando los cuadros de flores que lo hicieran reconocido allí.

Por qué volvió Don Amadeo es algo que no recuerdo haberlo escuchado explicar. No sé si fue ese amor ancestral que siento en muchas personas mayores hacia el lugar en que nació. El para qué volvió fue algo más visible. En esos tiempos en que el Festival del Takuare’ë era una celebración a escala nacional e internacional, en que toda la ciudad participaba de algún modo como gran anfitriona de ese encuentro cultural, don Amadeo Amado desplegó su capacidad creativa pintando los gigantes telones de fondo del escenario. Cada año, una temática particular. Cada año, una innovación, como cuando el fondo era un río ante un atardecer al que incorporó una estructura en imitación de canoa tripulada por un navegante que se movía de lado a lado del telón, surcando el río pintado. O como la vez que replicó la Laguna ka’aguy, una laguna que quedaba en la compañía Typychaty y que en temporadas se poblaba de aves de diversas especies, laguna que se secó hace como 15 años… O, mi favorita, cuando en el 2004, en homenaje a los 100 años del nacimiento de José Asunción Flores, el escenario fue una conjunción de alegorías a las guaranias más conocidas.

Sus famosos pesebres, las intervenciones que realizó en la Plaza Emiliano R. Fernández, en la entrada a la ciudad por medio del acceso, sus proyectos de replicar la antigua iglesia (cuya imagen rescató en un cuadro de acceso público, que se encuentra en la misma iglesia), de habilitar un museo en el centro de la ciudad, muchas cosas más me vienen a la cabeza.

Pero tal vez no hiciera falta decir demasiado. Tal vez esto resulte innecesariamente largo, tal vez bastara con decir que el 15/5 enterramos al maestro Amadeo Amado, que lo despedimos y que lloré junto a su cajón. Tal vez algún sentimiento de culpa por haberlo abandonado tanto, un sentimiento colectivo negado, me lleve a querer escribir de él hoy.

Sus últimos días estuvo al cuidado de sus vecinos, que lo querían como a un padre, como a un tío. Pasó sus últimos años pobre, sin fama, en completa dignidad. Queda una casa que la Municipalidad debe convertir en espacio cultural, en escuela de artes, es el reconocimiento más grato que de forma tardía le podemos ofrecer. 30 gatos y varios perros llorarán esta noche la partida de su padre.

Fotos: Radio Sur, Contigo Guarambaré.

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