Naturaleza y humanidad en «El dolor paraguayo»

Esta nota se publicó originalmente en inglés en la página NACLA. Hace referencia a la edición inglesa de El dolor paraguayo [Paraguayan Sorrow], con traducción de William Costa lanzada en el 2024.

 Por Rogelio Luque-Lora 

No todas las islas están rodeadas de agua. Augusto Roa Bastos, posiblemente el escritor más célebre de Paraguay, acuñó la famosa descripción de su país como una isla rodeada de tierra, aislada del mundo por “la inmensidad de las selvas, de los desiertos infranqueables”. A este país sin salida al mar, en el corazón de Sudamérica, fue destinado el periodista español Rafael Barrett en 1904. El dolor paraguayo recoge los escritos de Barrett durante los breves años que pasó allí, hasta su muerte prematura en 1910.

Hijo de madre española y padre inglés, Rafael Barrett se había criado entre las clases privilegiadas de España, y pronto se dio a conocer entre la burguesía liberal paraguaya. Sin embargo, no tardó en dar la espalda a esa burguesía y dedicarse a escribir sobre —y contra— las injusticias y penas sociales que afligían a su nueva patria.

Barrett se manifestó contra la explotación de los trabajadores por parte de los terratenientes y las empresas, así como contra la corrupción y la ineficacia de las instituciones públicas. La pobreza y exclusión que producían estos fenómenos también habían sido agravados por la devastación persistente de la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), en la que Paraguay se enfrentó a las fuerzas combinadas de Brasil, Argentina y Uruguay, y que diezmó los planes de desarrollo del país. En términos per cápita, es posible que esta fuera la guerra más mortífera de los dos últimos siglos, ya que alrededor de la mitad de la población paraguaya pereció.

Los artículos de Barrett le costaron la marginación de las élites intelectuales y políticas del Paraguay, y finalmente la deportación del país. Pero sus textos lograron inspirar a generaciones de trabajadores, escritores y activistas de toda Sudamérica, y le valieron los elogios de algunos de los autores más conocidos del continente, como Jorge Luis Borges, Eduardo Galeano y Roa Bastos, quien describió a Barrett como el «descubridor de la realidad social del Paraguay». La obra de Barrett sigue inspirando a activistas y pensadores de izquierdas.

Los lectores internacionales encontrarán en este libro mucho de provecho, incluso si no tienen un interés especial en Paraguay. A pesar del carácter explícitamente nacional de su título, los temas centrales deEl dolor paraguayo trascienden el espacio y el tiempo. Sin duda gracias a su educación y origen internacionales, Barrett podía citar, comparar e inspirarse en escritores y casos de todo el mundo. Además, a un nivel más fundamental, las causas subyacentes de los males que Barrett identificó en Paraguay —la explotación, la corrupción, la ineficacia— tienen relación directa con el propio espíritu humano. Para Barrett, la codicia, la insensibilidad y los intereses egoístas de las élites burguesas eran las causas últimas de la miseria y la injusticia.

Como consecuencia, las soluciones que Barrett propuso para estos problemas también fueron espirituales. En su opinión, una sociedad mejor surgiría a través del amor y la solidaridad hacia los seres humanos y la naturaleza, así como de la vitalidad y la determinación para superar lo que él veía como una «resignación morbosa» ante nuestras desgracias (morbosa porque la resignación hacía que los paraguayos siguieran padeciendo los ya mencionados males). Tal vez haciendo eco de Séneca, el filósofo estoico romano de Córdoba, Barrett veía el dolor duradero como algo parecido a la pereza: un fracaso de la voluntad para cambiar nuestro proceder afectivo y tomar el control de nuestras propias emociones.

Es esta última idea la que permite una apreciación de la profundidad del título del libro. Lo que Barrett comprendió es que el dolor no sólo es el producto de nuestros problemas, sino también su causa. Durante un viaje de dos semanas a Paraguay hace unos años, me encontré con repetidas alusiones a la Guerra de la Triple Alianza —ciento cincuenta años después del gran conflicto— para justificar el subdesarrollo del país, haciendo referencia a la prometedora trayectoria económica e industrial de Paraguay antes de la guerra. Pero también me encontré con personas que deploraban tales alusiones y deseaban que sus conciudadanos paraguayos reorientaran su dolor hacia la política y la sociedad de hoy.

Este énfasis en lo ético y lo espiritual podría sugerir un desinterés por lo político. De hecho, el rechazo de Barrett hacia la política institucional —a menudo se le considera anarquista, y de hecho describió la anarquía como «sentido común»— nació de su percepción de los fracasos de dicha política, más que de una ceguera ante ella o una aceptación de la misma. Una de las misiones de Germinal, el periódico que Barrett fundó cuando prácticamente todas las publicaciones de Asunción le habían cerrado las puertas, era aceptar no «lo legal, sino lo justo». En uno de los artículos que componen El dolor paraguayo, titulado «De política», Barrett declaró: «Existe una política fecunda: no hacer política; una manera eficaz de conseguir el poder: huir del poder y trabajar en casa».

Sin embargo, la «política fecunda» de Barrett —una política que sirve a la sociedad, en lugar de entorpecerla con burocracia y corrupción— iba más allá del trabajo privado del individuo. Muchas de las vías que sugirió para derrocar la ley y las burocracias, o la política no fecunda, consistían en la asociación y movilización políticas, eso sí, fuera (y en contra) de los canales institucionales establecidos. Instó a los trabajadores a organizar huelgas generales para paralizar el mundo y poner de rodillas a los políticos. Y llamó a la acción colectiva para arrebatar a los terratenientes las tierras que, según él, pertenecían a todo el pueblo.

Casa en la estancia Laguna Porã en Yabebyry donde Barrett pasó un año en la clandestinidad después de ser deportado en 1908

En efecto, Barrett veneraba la tierra de forma casi religiosa, y en varios fragmentos de El dolor paraguayo argumentó que la lucha por la justicia social debe tener en cuenta la ecología. «Todo surge de la tierra», explicó en un discurso dirigido a los trabajadores, señalando que “nosotros mismos somos tierra”. Por estas y otras declaraciones sobre las relaciones humanas con la naturaleza, se le ha considerado un precursor del ambientalismo moderno.

Pero si Barrett tenía un mensaje para los ambientalistas actuales, este es más complejo que cualquier llamamiento simplista a salvar la naturaleza. Su visión no estaba obnubilada por imaginarios de una naturaleza puramente benévola, en la que todos los seres, incluidos los humanos, cooperan. Barrett sabía que la vida animal y vegetal se basaba en robar, estrangular y devorarse mutuamente. Pero también sentía que «de las sanas crueldades de la naturaleza se eleva una certidumbre sublime, ausente de las maniáticas y ruines crueldades de los hombres».

Barrett también se esforzó por observar con claridad las crueldades humanas, y en El dolor paraguayo nunca apartó la mirada de las formas despiadadas en que los humanos se explotan y subyugan unos a otros. Incluso en este horrendo contexto, Barrett instaba a sus lectores a observar a los humanos desde la perspectiva desinteresada del antropólogo o el científico social, cuyo objetivo no es cambiar la sociedad, sino comprenderla: «no gesticulemos contra la vil realidad en que es preciso vivir y a la cuál, ¡ay! es preciso amar. Estudiémosla. No veamos crímenes en el mundo, sino hechos».

Sin embargo, la obra de Barrett era de todo menos desinteresada; casi todo el libro está impulsado por su afán de mejorar la vida de los desfavorecidos y los oprimidos. Es aquí donde el lector se topa con la contradicción central del proyecto de Barrett, que el propio escritor no parecía percibir. A pesar de su promesa de un cambio social radical a través de la renovación ética y espiritual de los individuos y los colectivos, Barrett también sostenía una visión pesimista de la naturaleza humana. Escribió que los torturadores repiten «el gesto eterno, común a débiles y fuertes de cocear y morder y estrangular y aplastar al prójimo». En otro artículo, utilizó el cliché del hombre como inherentemente violento.

¿Por qué, entonces, era Barrett tan optimista respecto al advenimiento de un orden social mejor, fundado en la benevolencia y la solidaridad universales? Barrett no nos ofreció muchos elementos para abordar esta pregunta, más allá de una serie de mitos cristianos presentados como una fe secular en el hombre. Describió la paralizadora huelga que imaginaba como el «juicio final de donde surgirá la sociedad futura», una sociedad gobernada por la justicia, la igualdad y una humanidad más hermosa. Barrett llegó incluso a describir esta emancipación global de los trabajadores como «algo salvador [que] desciende por segunda vez a este valle de llanto».

Desprovista de sus orígenes religiosos, esta fe en la humanidad es difícil de cuadrar con los males que Barrett percibía en las sociedades humanas. La insensibilidad, la resignación, el egoísmo y la corruptibilidad que describe en El dolor paraguayo pueden servir de argumentos no intencionados en contra de la solidaridad y la transformación espiritual que el libro reclama. Barrett, el activista, choca con Barrett, el conocedor de la condición humana. Y de ese choque surge el enigma al que nos enfrentamos quienes denunciamos lo que los seres humanos son capaces de hacerse unos a otros y, al mismo tiempo, creemos en la mejora social mediante el esfuerzo humano.

Es un dilema que nos convendría tomar en serio. Los escritos de Barrett nos ayudan a hacerlo.

 

*Es escritor independiente y próximo becario de investigación «Leverhulme» en la Escuela de Geociencias de la Universidad de Edimburgo (Escocia).

Comentarios