Entierran al tercer hijo ejecutado

Les quedan cuatro hijos. “Mba’eiko che dio la rojapo va’ekue”, se repite Doña Angela, acariciando el rostro de su hijo mayor.
Desde que mataron a Salvador Medina en el 2001 esta familia parece destinada a la desgracia. Capiibary era entonces un territorio en disputa. La deforestación avanzaba galopante para la instalación de haciendas (en cuyos fondos abundan las pistas de aterrizajes clandestinas) y sojales. El rollo tráfico era entonces el delito más denunciado. En el camino vecinal, un joven se paró en frente y disparó todas sus balas contra Salvador.

La campaña instalada por el Sindicato de Periodistas del Paraguay logró la condena del autor material, pero nunca pudo darse con los responsables intelectuales. 25 años para Milciades Maylin.
El pueblo se extendía en casitas de madera, muchas de ellas de color verde.
Esa realidad, la del pueblo, no ha cambiado mucho, pero los asesinatos han engendrado mucho miedo.
Capiibary es un pueblito de San Pedro, en límite con Canindeyu, a unos 45 kilómetros de Curuguaty.
Dos años después del asesinato de Salvador, matarían a Salomón, en Katuete. En ese momento ya se pensaba que la muerte de Salomón podría deberse a los trabajos de Pablo Medina. Pero no había formas de demostrarlo.
«Mba’eiko ndere ejai chera’y. Ovalémante», le exhortó en muchas ocasiones Don Pablo. Pero hace dos años, cuando recibió una gruesa amenaza de muerte que fuera «encajanada» en la fiscalía, casi ya le imploró. «Silencio mante la respuesta de Pablo».

La casita de los padres de Pablo es madera con teja francesa. Una canchita de pasto verde intenso en frente.
Con el tiempo, Pablo se trasladaría a Curuguaty, que en el tiempo se convirtió en enorme enclave sojero. Algunas partes del territorio todavía las disputa la agricultura familiar con consecuencias tremendas para las familias campesinas. La masacre de Curuguaty del 12 de junio del 2012 retumba todavía en la memoria.
La madre de Pablo no estaba tampoco de acuerdo con tanta exposición, pero “mba’eiko rojapota, oreko romo estudiaka chupe kuera”. “Omba’apova’era ko”, farfulla un familiar.
A las cuatro de la tarde entierran a Pablo. Doña Angela y Pablo Medina ya conocen el rito de velar y enterrar hijos, pero para el duelo poco sirve la experiencia.

“El país es una tragedia. Qué se puede esperar si los corruptos y los bandidos están encumbrados en el poder”, sostiene, apenado e impotente, el periodista de ABC Color Roberto González.

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