Fiesta Brechtiana en Sala La Correa

Por Jose Cabrera

Tuve el placer de asistir a la clase de actuación magistral y muy necesaria para todo amante de las artes escénicas de los queridos Wilfrido Acosta, Pablo Ardissone, Felix Medina, Juan Carlos Cañete y el gran Fabio Chamorro. En la obra teatral de Santiago Filártiga: “La evitable ascensión (y la inevitable caída) de Lucas Klein”, bajo la dirección de la gran pero gran Ana Mello.

Voy a dedicarme completamente a la dramaturgia de Santiago Filártiga y no tanto a la puesta de Ana Mello, porque vi obras del autor, y creo que ésta es la cuarta obra de su autoría a la que asisto, y siempre trato de clasificarlo en alguna parte de la estantería de estilos (tarea ruin de los reseñadores y críticos), sin embargo, me sigue siendo difícil hacerlo, pues épica es, cómica a medias, trágica siempre, grotesca no es, porque está cuidada hasta la médula en cada palabra, como si fuera una filigrana de relatos, siempre relacionado al poder, a las altas esferas que nos gobiernan, su mirada está ahí, fija, en las cumbres de los basurales de la burocracia, a veces, no sé a ciencia cierta si con una fineza en la mirada critica a estas clases, o una extraña admiración, pues quien mucho mira, algo de encanto debe encontrar, a mí me pasa a veces, odiar a un Nicanor o Cale y terminar escuchando una entrevista suya de más de dos horas a la madrugada por AM, tarea aburridísima para los amantes del espectáculo pero interesante a más no poder para los que vemos con pasión futbolística el arte de las mentiras.

Esta última obra, homenaje a Brecht en mi opinión, por el título homónimo y la misma estructura de nuestro querido dramaturgo social y proletario de todos los tiempos, es como una máquina del tiempo de las antiguas escrituras del S. XX, digo antiguas por cómo pasa el devenir de cambios en la estructura social, y lo que pasó hace apenas 50 años atrás ya lo estamos catalogando como vintage o desfasado, sin embargo, es tan efectivo o más que el arte contemporáneo, el único problema es que este arte que nos presenta Santiago es completamente aristotélico, o sea prima la palabra, y es tan discursivo y poco teatral que ver la obra da la sensación de lectura de libro en formato “libro” y no genera ese placer estético propio del teatro, como un documental ficticio en el ámbito del cine, en lo personal me encanta este tipo de teatro, sin embargo, yo sé que para este siglo enfermo de estímulos no es lo más efectivo. Lo que le reclamaría a Santiago es su humor incompleto, su falta de cuidado en la construcción de atmósferas, prestar atención en “el pueblo que no está”, la sequía emocional (que a mí no me hace daño, pero da gusto emocionarse, afectarse) y en mi lista de reclamos voy a coronar con la enorme predictibilidad del relato (da gusto también sorprenderse). Pero reclamo desde el lugar de ser querido, pues Santiago para mi es un ser querido, es necesario para nuestra sociedad desmemoriada y vaikue, es una joya en la cultura de la escritura paraguaya, reclamo porque lo quiero mucho, y quiero que siga creciendo, pero que no se convierta en un gigante repetitivo, sino pueda transformarse.

Por lo demás, un placer de nuevo, la convocatoria de actores, las luces, la dicción tan perdida en las generaciones nuevas de actores, la puesta espacial, la iluminación, que gusto da ver teatro hecho con tanto cariño hacia nosotros, los espectadores.

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