
Ernesto Benítez: “Vamos a arriesgarnos, esforzarnos para derrotar a nuestra propia muerte”
Por Will Costa
El 13 de julio, en medio de la fuerte ola de frío, una cantidad de personas llegaron al refugio del Espacio Cultural Literaity para el relanzamiento de La masacre de Curuguaty, la crónica novelada de Julio Benegas Vidallet.
Benegas Vidallet se encuentra de gira, realizando eventos en diversos puntos para marcar los doce años de los trágicos eventos narrados de forma inigualada en su canónico libro, originalmente publicado en el 2013.
El autor y varixs invitadxs—Paty Latorre, Ángel Crosa, Sergio Peña, Alberto Alderete, Fredy Jara, Samadhy Albiol, Lis García—iban trazando los vínculos entre lo sucedido en Marina Cué, que implicó la muerte de once campesinos y seis policías y desató el golpe parlamentario contra el gobierno de Fernando Lugo, y la difícil realidad que vive el pueblo paraguayo en la actualidad bajo el gobierno cartista.
Como enfatizó Benegas Vidallet, la presencia en Literaity del líder campesino y educador Ernesto Benítez, representaría un aporte de gran lucidez para leer esa realidad. Benítez, dirigente de la comunidad Táva Guaraní y sobreviviente del peor terrorismo del Estado, se sentó y habló. Aquí, reproducimos lo dicho:
“Posiblemente ustedes nunca escucharon al propio campesino explicar quién es un campesino o una campesina. Porque en muchos momentos, cuando se producen ocupaciones, los medios hegemónicos nos presentan como personas peligrosas, personas malas, agresivas, violentas.
Debemos entender esto desde nuestra forma de entender y vivir el mundo, no desde el relato que arman los grupos hegemónicos y los medios de comunicación.
Cuando el campesino o el indígena mira la tierra ve a su madre: yvy ñande sy. Es la madre tierra. Cuando no tiene tierra, no tiene madre: es un huérfano. Para nosotros, cuando se habla de la patria, no es una cuestión de símbolos, de sentimientos, de consignas, de música, de banderas. En la filosofía indígena guaraní se dice tekoha’ỹre ndaipóri teko: sin territorio no hay cultura, no hay vida.
Toda la construcción sociocultural del campesino y el indígena es producto de la tierra. Es la tierra que lo construye, es su territorio que lo moldea como ser social.
Es como el árbol. El árbol es un ser vivo, la tierra es otro ser vivo. Cuando el árbol está en contacto con la tierra, se interrelacionan, se complementan: existe vida. Sin embargo, cuando le cortás la raíz del árbol y pierde contacto con la tierra, indefectiblemente va a secarse y morir. El pez que vive en el agua: cuando se seca el agua o cuando se le saca de ese medio, necesariamente va a morir asfixiado. Es su mundo, es su lugar de vida. El agua define su existencia.
Entonces el indígena sin territorio y el campesino sin tierra es, desde el punto de vista sociocultural, un muerto. Es una muerte cultural, la muerte de una construcción milenaria. Un grupo social étnico que fue construido, moldeado al lo largo de cinco, diez mil años muere. Todo ese proceso histórico se acaba cuando se pierde el contacto con la tierra.
La tierra legalmente les pertenece a los pueblos indígenas. Son originarios: el indígena es el título. Es el original; vive acá desde hace diez mil años. El campesino es la primera fotocopia. El resto, los gringos, recién llegados hace cincuenta, cien años, son copias de copias. No pueden tener más derechos que los originarios. Pero el indígena es un ser olvidado, es un desposeído, es un muerto social; no tiene territorio. Y su primera copia, el campesino, tampoco tiene.
Entonces es un muerto sociocultural y siente mucha rabia, mucha amargura. Llora en sus adentros y cuando canta, canta el purahéi jahe’o: porque es un muerto. Murió definitivamente, no tiene posibilidad de seguir construyéndose socioculturalmente porque la raíz que le alimenta ya no tiene contacto con la tierra para alimentarse, para recrearse.
Para sobrevivir, trabaja en las estancias, viene a la ciudad, va a otros países. Cuando no tiene respuesta a su dolor, a su rabia, a su amargura, vuelve a su valle y comparte su llanto, su amargura con otros. Y la persona más decidida le plantea juntarse, crear una comisión, y se da un proceso organizativo. Los primeros pasos son los trámites legales. Uno va y viene a las instituciones del Estado un año, dos años, diez años para gestionar la tierra para construir una comunidad.
Y no te dan respuesta. No te la van a dar porque la tierra no está destinada para la vida, la tierra está destinada para la muerte. Está destinada para la producción y reproducción del dinero que se logra después de matar todos los seres vivos. Matar, destruir, despedazar, triturar, y transformarlo en dinero. Dinero y muerte. La vida no interesa.
Entonces, no nos van a dar la respuesta, no nos van a dar la tierra mediante las gestiones legales. Por lo tanto, como último paso, como último recurso, uno, por su existencia, por su sobrevivencia, ocupa la tierra.
Es el acto de los muertos que se juntan con la intención de vivir, para resucitar como dice la biblia. Como tal, el momento cuando ocupan la tierra es el paso trascendental que les permite dejar la muerte para vivir de nuevo. Tener contacto de nuevo con la tierra es su oportunidad para recrearse, para resucitar como proceso sociocultural.
Entonces, si no se produce el desalojo enseguida, uno se va reconstruyendo. Construye su casita, ya sueña con tener una familia, un hijo, una pareja. Cuando tiene la oportunidad de cultivar, ya habla con los árboles, con el maíz, con las plantas. Somos sus hermanos y hermanas porque tenemos una madre en común, que es la tierra.
La tierra es la madre de todo ser vivo. Es la madre de las plantas, de los cultivos, del agua, de los animales. Nos comunicamos, hablamos, nos reímos, lloramos; nos vamos recreando como seres vivos, como proceso sociocultural. Y vamos construyendo toda una ilusión de nuevo, la posibilidad de derrotar definitivamente a la muerte. Vivimos, nos reconstruimos mediante nuestro esfuerzo y nuestro sacrificio.
Y con toda esa ilusión—después de estar seis meses, un año, a veces veinte años en el territorio— cuando se produce el desalojo, es lo más atroz, lo mãs brutal que pueda soportar una persona. Es un indígena, un campesino que ya murió, resucitó, que se fue recreando y el momento del desalojo es de nuevo el momento de la muerte, de estar de nuevo sin nada, de ser de nuevo desarraigado.
Entonces, a veces uno no aguanta ante el sufrimiento y reacciona. Responde a esa violencia que es estructural, que es la muerte. Hace el último esfuerzo por sobrevivir, por mantener su vida, que se juega en ese momento.
Quería empezar con esta descripción porque si no tenemos estos elementos parece que no podemos entender el caso Curuguaty.
Seguramente ustedes nunca escucharon hablar de sí mismo y de sus hermanas y hermanos a alguien que desde la niñez sufrió los rigores de la persecución, la injusticia, la violencia. Tengo cincuenta y cuatro años ahora, y cuando tenía siete meses, en el 1970, nuestra casa, nuestra comunidad fue atropellada, y mi papá fue torturado, cayó preso, estuvo dos años en la cárcel antes de salir. En el 73, nuestra casa fue atropellada de nuevo. De eso me acuerdo un poco, porque a papá le torturaron frente a nosotros, las criaturas. Estuvo de nuevo un año y ocho meses en la cárcel. Salió de nuevo y en el 75 cayó de nuevo. De eso sí me acuerdo bien porque ya tenía casi seis años y nos obligaron a ver la tortura de papá.
Y después fui maestro rural. Producto de la obligación, la necesidad. Terminé el bachillerato y me metí de lleno como muerto social también, como campesino sin tierra. Con la idea de recrearnos, de tener un pedazo, una parcela, una comunidad, y me metí en la lucha.
Me dieron la tarea de construir una escuela’i. Siendo fundador y director de la escuela, en un interín de ocho años de ser funcionario público, sobreviví a dos intentos de asesinato y una tortura que me hizo el mismo Estado que yo creía que servía.
Todas esas experiencias a mí me fueron dando herramientas para ir analizando.
Como soy campesino, para caracterizar y definir al Estado, siempre pongo como ejemplo una herramienta que se usa en el campo. El machete es una herramienta. En manos del campesino o el indígena se usa para limpiar el terreno, preparar la tierra, abre el hoyito para la semilla. Con esa herramienta uno garantiza la vida mediante el alimento sano.
Entonces, en manos de un grupo de personas que tienen como valor supremo la vida, el machete, o sea, el Estado como instrumento, tiene que servir para garantizar derechos, para garantizar la vida.
En manos de gente que solo ve dinero cuando mira al árbol, al agua, al animal, a la semilla, a las plantas, al ser humano, el machete sirve para cortar, para despedazar, para triturar, para matar: para producir dinero.
Una misma herramienta puede servir para la vida o para la muerte dependiendo de en manos de quién está.
Si el Estado está en manos de gente a quien solo le interesa el tener, las cosas, la propiedad, el dinero, las instituciones van a tener ese molde, van a existir para atropellar, violentar, para acumular, para despojar, para bestializar.
Con todos estos elementos: ¿Qué fue el gobierno de Lugo? ¿Y qué pasó hace doce años?
Para mí el gobierno de Lugo es la conclusión, la síntesis de por lo menos cincuenta años de resistencia, de lucha de nuestro pueblo. En la dictadura, postdictadura, se luchó, se sacrificó para lograr cambios profundos en nuestro país. Y cuando uno siente y ve a una persona tan cercana a su idea, a su pensamiento, a su sueño, le apoya y le convierte en una autoridad. Entonces, hablar del luguismo no es hablar de una persona sino de un proyecto de reconstruir el Estado paraguayo.
Estado paraguayo solamente tuvimos en la época de Francia y los López: un Estado paraguayo, nacional, democrático y popular. Después, el Estado ya se volvió privado, es oligárquico, de los ricos y servil. Siempre estuvo a favor de los extranjeros y de los multinacionales. Ya nunca más tuvimos Estado paraguayo desde 1870 hasta la fecha.
Con Lugo y el proceso que se gestaba a su alrededor, la idea que una buena parte de la sociedad teníamos era la posibilidad de construir de nuevo el Estado paraguayo. Queríamos lograr una institucionalidad que sea nacional, plurinacional si es posible, para que el primer lugar sea de los indígenas. Hoy día los indígenas no existen desde el punto de vista práctico de los derechos, aunque ellos sean los originarios.
Se necesitaba un Estado democrático, incluyente, plurinacional, patriótico. Como decía, la patria para nosotros no es una bandera, es la tierra. Hoy día solamente 2 millones de hectáreas de los 40 millones que tiene nuestro país están en las manos de los campesinos y los indígenas. Treinta y ocho millones de hectáreas están en manos de una minoría de menos de mil personas y empresas multinacionales. No tenemos patria nosotros, no tenemos tierra. Los dueños de la tierra son otros.
Soñamos eso y resultó que eso molestaba a mucha gente: a los dueños históricos de las instituciones. Coincidieron todos—toda la oligarquía y las multinacionales—no importa de qué partido eran, coincidieron todos y recurrieron a una violencia, a una masacre y nos hicieron el golpe de Estado. Cortaron la posibilidad de que se construya de nuevo a mediano a largo plazo un conjunto de instituciones del Estado que realmente representen los intereses de toda la población de este país.
Hoy día la institucionalidad excluye a 7 millones de personas e incluye a mil familias.
¿Entonces qué es lo que triunfó? Triunfó el cartismo. Pero el cartismo no es Cartes. El cartismo es una forma de acumulación capitalista, una forma de producción y reproducción de dinero. Lo más bestial, lo más brutal, lo más deshumanizado porque es la planificación de la enfermedad y la muerte de la sociedad, de la naturaleza, y del ser humano para lograr la producción de dinero. Eso es el cartismo.
Por eso, se recrea esa forma de pensamiento tan atroz y tan brutal. Cuando triunfa con Federico Franco, lo primero que hace es legalizar las semillas transgénicas. Eso significa 80 millones de litros anuales de agrotóxicos que hoy día se derraman en nuestro país. Alrededor de 11 litros de veneno por persona. ¿Por qué los hospitales se llenan de personas con cáncer? Es por eso, es un genocidio.
Se consolida la producción de eucalipto. Es un monocultivo y es tremendo porque seca todo: va a secar todo nuestro país. Cultivar miles de hectáreas de eucalipto es una masacre ecológica. Y hoy día se está consolidando.
Se impuso y se consolida la minería a cielo abierto en Paso Jovái. Con mercurio se purifica el oro: eso se derrama en a los arroyos, los arroyos llegan al río Tebicuary, y del río Tebicuary toman agua las ciudades de Coronel Oviedo y Villarrica. Con mercurio se le lava el estómago a la población.
Después, el cartismo, empezando con Franco, después con Cartes, se consolida definitivamente la producción de cocaína en nuestro país. Antes nuestro país no era productor de cocaína, era un país de tránsito. Ahora, se traen todos los elementos químicos acá, la materia prima.
Al Estado oligárquico, servil a los ricos y los multinacionales que tenemos, en estos últimos años se le ha agregado una característica más: Estado mafioso.
Hoy día no tenemos instituciones nacionales. Esto también tenemos que rediscutir en todos los espacios porque hay que releer el momento que vive el pueblo. Policía nacional, ejercito paraguayo, eso ya no existe. La policía y el ejercito son brazos armados legales de la mafia, ya no son instituciones nacionales.
Los sicarios: los medios de comunicación los presentan como si fueran personas independientes, solo un grupo de delincuentes. No, el sicariato es el brazo armado, extendido, ilegal del Estado. El brazo armado legal es la policía y el ejército. El brazo armado ilegal es el sicario. No es un grupo aparte. Por eso este momento histórico es muy tremendo.
En las comunidades al norte de la zona donde yo vivo la policía suplantó al ministerio de agricultura: es una nueva institución que trabaja la agricultura. Ellos llevan la semilla de marihuana que traen de Colombia. Es la policía que distribuye al campesino. Le dicen, para qué cultivar mandioca si en la finca va a costar 250 guaraníes el kilo. Cultivá esto: 50 millones, 100 millones por una hectárea de marijuana.
La fiscalía y el poder judicial es el brazo legal de la mafia. El parlamento nacional ya no existe: el parlamento hoy día es el brazo legislativo de la mafia.
Entonces, estamos en un momento muy difícil en nuestro país. Por eso son importantes estos espacios para conversar serenamente para preparanos bien. Porque el cartismo es la expresión de un modelo de acumulación monstruosa: es producir y producir dinero enfermando y matando.
La cocaína, el cigarrillo, el roundup, el matatodo, el mercurio, el eucalipto: son instrumentos de muerte. Son personas que perdieron su condición humana. Es gente muy peligrosa. Y ellos hoy día son los conductores del país.
El cartismo es una forma de acumulación de dinero sin escrúpulos. No es solamente Cartes, no es solamente el partido Colorado; permea todos los niveles de la sociedad. Es una visión del mundo, una forma de entender el mundo, que parte del dinero.
Para matar a la muerte nosotros no podemos caer en el mismo juego de ellos. Veo que se intenta reconstruir la oposición. Pero la gente de los otros partidos no es oposición al cartismo porque en esencia es la misma cosa. Les mueve la idea de tener las cosas, del dinero. Solo por tener una bandera de otro color no pueden hacerle oposición al cartismo si son la misma cosa.
Se necesita rediscutir, reaprender y replantear desde otra lógica la lucha como oposición. Tenemos que rejuntarnos.
En primer lugar, partamos de la perspectiva de que la vida es el valor supremo, por sobre todas las cosas. Y desde ahí planteemos las cosas. Y la vida es la lucha, es la poesía, es el canto, es el baile, es el llanto, es el estudio, es el trabajo, es todo. Nuestro espacio de crear condiciones para reconstruir una fuerza que realmente proyecte oposición y se enfrente a esta gente monstruosa tiene que tener esa mística, esa esencia.
Cuando nos juntamos, hablamos, gritamos, recitamos, cantamos, se tiene que notar que nosotros no somos personas degradadas como ellos. No somos cosas, no nos mueve el dinero y la propiedad, sino que, como dijo un gran revolucionario, nos mueven grandes sentimientos de amor.
Queremos derrotar a la muerte viviendo, siendo solidarios, entregados, siendo respetuosos, respetando la diversidad, que es la esencia de la vida, transmitiendo mucho amor, mucho humanismo, respeto a la naturaleza y a los demás seres humanos. Mediante la diferencia, tenemos que combatirle y construir una fuerza.
Vamos a seguir cuidando nuestros espacios, hablando, cantando, recitando, animándonos. Se vienen tiempos muy difíciles. Ya lo enfrentamos, ya lo conocemos, ya nos masacraron, ya nos mataron a diecisiete personas extraordinarias, ya nos siguen matando, y nos van a seguir matando.
No caigamos en el error, que en muchos momentos se cayó, de temer a la muerte. Yo aprendí que hay que temer al no vivir. Una persona sin derechos, sin trabajo, sin estudios, sin casa, sin tierra es un muerto. ¿Entonces por qué temer a la muerte si somos muertos? Vamos a arriesgarnos, esforzarnos para derrotar a nuestra propia muerte y algún día tener derechos.
Todo el pueblo paraguayo es una sociedad colectivamente muerta: nos niegan la posibilidad de vivir y vivir con dignidad. Entonces vamos a unirnos todos, vamos a escucharnos, vamos a cantar, vamos a llorar, vamos a recitar, pero vamos a combatirle y vamos a derrotarle porque somos superiores. Porque amamos la vida y no nos mueven las cosas y el dinero: somos más grandes que ellos.”