Entrevista a Luis Vera: “Me conmueve el dolor”
Por Agustín Barúa Caffarena
E´a: ¿A qué te referís cuando nombrás fotografía?
L. Vera: Sobre todo creo que tiene que ver con la memoria, como una especie de resaltador de un hecho. Muchas veces referimos desde “lo que los otros no ven”. Pero no es tanto así, la mayoría de las veces vemos (o las otras personas ven) pero con otro recuadro, con otro marco, y no con el encuadre que hacemos con la fotografía. Es eso. Fotografiar es remarcar. Como cuando tenemos un texto y le pasamos resaltador encima para poder llamar la atención y volver sobre ese punto o tenerlo como referencia. Y te la paso para que veas desde mi punto y contrastes con el tuyo. No para coincidir necesariamente, sino para provocar otra mirada, incluso tal vez nueva y distinta.
E´a: ¿Cómo es la vinculación entre fotografía y Paraguay?
L. Vera: Tal vez, es mucho de lo que pasa también en otros ámbitos. Nosotros tenemos, por un lado, una historia muy interesante. Como la de Fulgencia Almirón (la primera fotógrafa paraguaya) una mujer que toma la fotografía como una profesión, un medio de vida. Pero por otro lado, como muchas otras situaciones; no tenemos organizada o sistematizada nuestra memoria visual. Algo que tal vez nos ayude a poder comprender situaciones en las cuales vivimos, incluso hoy en día, y la fotografía puede ayudarnos mucho a dar esa idea que necesitamos para dar luz a algunos hechos.
E´a: ¿Cuál es la dimensión política de tu fotografía?
L. Vera: Subrayo la falta de políticas de Estado, o de un mínimo ejercicio de los derechos de las personas. Como no se puede abarcar todo, trabajo más en el campo de los derechos de niños y niñas, de las mujeres y de los pueblos indígenas.
E´a: Fotográficamente ¿qué te sensibiliza, que te conmueve?
L. Vera: A mí me conmueve el dolor. Incluso una sonrisa me conmueve, pero me muevo más ante el dolor de los demás.
E´a: ¿Qué te dio la antropología como fotógrafo?
L. Vera: Siempre sentí la necesidad de tener una base teórica para mi trabajo fotográfico. Cuando Marilyn Rehnfeldt me cuenta que estaban trabajando para abrir el posgrado de Antropología, me voy…
A partir de eso tuve una comprensión que me ayudó muchísimo a entender sobre todo la otredad. El otro o la otra persona que puede ser muy distinta a mí y que tiene valores que pueden ser tan válidos como los míos, aunque sean tan diferentes.
Una líder nivaché una vez me preguntó: “¿qué se tiene que estudiar para ser un fotógrafo como vos?”. Después de degustar semejante alago, le fui contando que empecé con las técnicas fotográficas, después me fui hacia el lenguaje, y ahí para solidificar todo eso que tiene que ver con esto de que para poder comunicar yo tengo que saber, tengo que conocer antes. No puedo comunicar algo que no sé. Eso me llevó a estudiar teorías del arte, comunicación, antropología, derecho…
E´a: ¿Qué crisis tuviste con la fotografía?
L. Vera: Muchísimas (suspira)… Probablemente la más fuerte tiene que ver con un trabajo de fotoperiodista donde, literalmente, frente a mí cae herido de muerte Pedro Giménez, el 7 de setiembre de 1995. Era editor jefe de fotografía del diario Noticias y había mandado a un compañero a hacer la cobertura de una ocupación campesina en Santa Bárbara, cerca de Santa Rosa del Aguara´y (San Pedro). Pero él vuelve ese día muy asustado, como sobrepasado por la situación, diciendo que había visto gente encapuchada y que fueron amenazados. Yo tenía mucho conocimiento de las organizaciones campesinas y entonces le dije al director: “me voy yo a ver qué está pasando”. Y cuando voy me encuentro con una situación totalmente distinta. Sí era el momento de los brazos en alto blandiendo palos, pero no había gente encapuchada, y era una ocupación bastante fuerte en cuanto a la consistencia de su propósito. Anunciaron que al día siguiente iban a cerrar la ruta en forma de protesta, entonces nos quedamos a dormir en el zaguancito de un, creo que era un consultorio odontológico sobre la ruta, en un colchón que nos habían prestado desde la vivienda de atrás. Todavía de noche, antes de amanecer, escuchamos gritos y estruendos de bombas. Me levanto y voy al cruce donde ya estaba la policía de un lado y los campesinos del otro. En la cámara tenía una lente gran angular, lo que significaba que tenía que estar muy cerca de la acción para poder fotografiar bien. Empecé a hacer fotos con flash porque era de noche. Eran tiempos de fotografía analógica, y tenía un rollo de slides Kodak de 400 ISO. Cuando me voy acercando más, buscando captar el grito campesino, el momento en el que el brazo estaba más alto y la expresión en el rostro se veía mejor. Siguiendo ese momento, siento como un zumbido, hasta siento que el pelo vuela de un lado y veo cómo el campesino al que seguía y estaba frente a mí desaparece de mi cámara. Y como ellos iban retrocediendo y yo acompañando, siento que me tropiezo con algo. Era Pedro Giménez. Cuando miro abajo ya veo el torrente de sangre cerca de la cabeza. Entonces empiezo a gritar que había alguien herido. Con la cámara y haciendo fotos les voy abriendo paso entre los policías hasta el centro de salud. Al llegar, él ya había muerto.
Por un lado, fotografiar un momento tan trágico, pero por el otro, ese sentimiento de tener clara la necesidad frente a eso: si no fotografío la gente no sabrá lo que pasó. Era transgredir ese momento de dolor pero pensando en que había una necesidad de que eso se sepa. Eso me acompañó por mucho tiempo… incluso pude haber sido yo.
E´a: ¿Sabes que yo en varios momentos te pensé como un filósofo fotógrafo y no como un fotógrafo filósofo? Yo observaba la construcción del grosor de tu mirada. ¿Cómo pensará Luis la dimensión filosófica de su práctica?
L. Vera: Voy a tomar un tereré…
Vos no te vas a acordar, eran las primeras clases de antropología (porque nosotros nos conocimos en esa clase). Yo estaba en el diario Noticias, muy metido en todo. Y en una de las primeras clases salió el tema y yo dije: “la invasión”. Y vos saltaste y dijiste: ”ocupación”. Y yo, en ese momento dije: “guau, realmente, estoy ya con la mirada del medio en el que estoy”. Aunque tenía una conciencia distinta y un conocimiento que lo iba ampliando. Esa fue una precisión necesaria para mí en cuanto a la palabra.
Al terminar el colegio mi intención era estudiar arquitectura, y como en esa época trabajada de celador en la Facultad de Filosofía, para hacer dos cosas en el mismo lugar, estudié Matemáticas porque me fue fácil pasar el examen de ingreso. Hice un año a modo de cursillo de ingreso para la otra carrera. La asignatura que más me gustaba era Geometría Descriptiva. ¿Y qué era lo que más me entusiasmaba? Las definiciones. Cómo tenían que ser tan precisas para no hablar de otra cosa. Y a partir de eso, ahora me doy cuenta, eso fue algo que me ayudó mucho a buscar siempre la palabra exacta, o traducida, la imagen exacta. Que por supuesto es casi utópica, pero es una búsqueda.
Siempre recuerdo que cuando comenzábamos a hablar de alguna cosa con Olga Blinder, ella decía: “primero vamos a ponernos de acuerdo en los conceptos, qué es para vos tal cosa y qué es para mí, a partir de eso vamos a discutir”. Y me parecía genial, porque esto en las palabras y las imágenes es así mismo. Y más con la fotografía que es polisémica. Cada uno toma la imagen y la traduce, lee la imagen de una manera muy personal, cada uno con su bagaje de conocimientos, ideológico, religioso. Hago el mismo ejercicio con las palabras.
E´a: Fotografía y salud mental. ¿Qué relación y qué tensiones ves?
L. Vera: Te puedo hablar de mi experiencia. Cuando yo necesito un momento para abstraerme de todo, en el cual pueda concentrarme en algo, sobre todo, placentero en cuanto a lo que estoy haciendo, para mí es el ejercicio de la fotografía. Y digo ejercicio porque no es solamente fotografiar, sino que me permite caminar y recorrer. La mayoría de las veces incluso me saco el rigor de tener alguna foto que sea extraordinaria.
Realmente es en el ejercicio de mirar, donde yo voy componiendo y organizando mentalmente los elementos. Estoy haciendo un juego con las personas al ubicarlas en un lugar (mentalmente); incluso le voy como manipulando en el hecho de que la cambio de lugar con la cámara y la voy ubicando en uno u otro lugar de mi recuadro, según veo cómo puede ser más interesante la foto. Todo ese momento es de relax, una cuestión muy placentera. A eso se suma el hecho de estar caminando y moviéndome. Ese fue uno de los motivos por los que dejé arquitectura y también el dibujo, me llevaba mucho tiempo estar sentado. Siempre digo que voy a volver cuando ya no pueda caminar o no pueda valerme por mi mismo y tenga que estar en un solo lugar. Necesito moverme. Cuanto más me muevo, mejor estoy, incluso mentalmente. Es lo que me hace bien.
[1] Psiquiatra clinitario. Antropólogo social. Investigador en Salud mental comunitaria.