18 Jun El Che, Ramón Ayala y el hombre nuevo
A 96 años del nacimiento de Ernesto El Che Guevara, y en homenaje a Ramón Ayala. 14 de junio de 1928, en Rosario, Argentina
Por Pedro Solans*
El 25 de mayo de 1962, el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos organiza un evento por el día de la Revolución de Mayo, prepara una fiesta de confraternidad con la colonia argentina que había llegado a La Habana. La reunión se llevó a cabo a las afueras de la capital, en un hermoso lugar elegido por el propio comandante Ernesto Che Guevara, Río Cristal. Asistieron cerca de 400 personas, entre ellas, una periodista argentina Carolina Aguilar Ayerra, quien estaba obsesionada por hacerle una nota al poeta chileno Pablo Neruda que por esos años había tomado relieve internacional y era una figura excluyente de la poesía social.
Su poemario “Estravagario”, publicado en 1958 era el gran libro de la poesía en español. Neruda se había consolidado como uno de los poetas más grandes de la lengua española y como una figura pública de relieve internacional. Había sido nombrado recientemente académico de la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile.
El encuentro era la gran oportunidad de la periodista para lograr una cita con el poeta que integraba la delegación. En un momento, la periodista se acercó y le pidió una entrevista para el diario La Nación de Buenos Aires. Neruda le preguntó qué temas le interesaba para el reportaje, Aguilar Ayerra, le respondió qué quería hacerle algunas preguntas sobre la poesía comprometida con lo social, con la geografía e historia de nuestros países y de nuestro continente. Neruda, la escuchó, largó el humo de su pipa, y le dijo, pero viene a Cuba, ¡y quiere hacerme una nota a mí! Siendo usted argentina. En su país está uno de los mejores poetas de nuestra tierra y de nuestra gente. La periodista quedó en silencio. Neruda se percató que no sabía a quien se refería él. —Mire, creo que está aquí, busque a Ramón Ayala, pero primero léalo o, escúchelo porque canta también. Le recomiendo el poema “El mensú”. —Le aconsejó Neruda antes de alejarse.
Efectivamente, Neruda tenía razón. Ramón Ayala estaba en La Habana. Formaba parte del contingente argentino de artistas, periodistas, escritores y militantes políticos que había sido invitado por el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos. Llevaba pocas horas en la Isla y ya había vivido un episodio que lo marcaría para el resto de su carrera.
A pocas horas de aterrizar el avión que lo traía, lo alojaron en un hotel en la zona El Vedado, y la delegación no alcanzó a acostarse cuando le golpearon las puertas de los dormitorios para avisarles que en 15 minutos debían estar en el hall del hotel para ser llevado a la oficina del comandante Che Guevara, quien los quería saludar personalmente. Eran la 3 de la mañana, el convoy de vehículos que los trasladaba llegó al lugar y después de esperar un rato, los hicieron pasar a una pieza pequeña, austera, donde había una mesa, dos sillas y un equipo de mate.
Allí quedaron en silencio hasta que, de pronto ingresó el comandante. Un breve cruce de palabras en general dio paso al apretón de mano en forma personal con cada uno. De pronto, el comandante se detuvo y pregunta: —¿quién es Ramón Ayala? Con una voz aflautada y temerosa, Ramón respondió: —Yo, mi comandante. El Che se le acerca con rostro de admiración, pero Ramón temblaba. Nunca pudo definir qué le había pasado, solo recordaba qué temblaba como una hoja. El Che le da la mano, y le cuenta, que en los fogones en la Sierra Maestra, él les cantaba a sus combatientes, “El Mensú”, después de contarles la vida, la explotación y el ultraje que pasaban quienes trabajaban en los yerbales, y les hacía ver, cómo sufrían quienes debían trabajar para la infusión símbolo de su cultura, de la tierra sin mal, de ese socialismo primitivo. Según, el propio Ramón, él solo pudo decir: —gracias mi comandante.
Ramón Ayala fue la voz de los hacheros, de los mensúes y de los tareferos. Poeta rebelde de los olvidados, Dispersó sus melodías más allá del Río Paraná, y la estela de su canto había llegado a La Habana.
La sangre derramada de los mensúes, los más explotados entre los explotados peones rurales argentinos y paraguayos, hizo más roja la tierra roja en el Alto Paraná.
En esas tierras de las misiones jesuíticas, en el paraje Caraguatay, el canto de Ramón Ayala le puso voz al silencio de los ansiosos por la libertad. Y con su voz diafragmática, hizo callar a las hachas en los montes. Con su voz alargó la frescura de las hojas verdes de los yerbales. Con su voz se hizo centinela de la dulzura de los misterios. Su voz cantó el poema rebelde de los olvidados, y auscultó el latido cósmico de esos hombres.
Caraguatay, aún se parece, a un gran pesebre donde a cada instante nace la América mestiza. Te reciben duendes desfachatados, que recuerdan: “Aquí el guerrillero de todos los tiempos fue “Ernesto mitaí” (en la lengua guaraní, “Mitai” siginfica niño, varoncito), se impregnó de savia guaranítica. Aquí escarbó con sus manitas la tierra roja que humedeció con mocos, con leche hembra, para amasar un horizonte”.
Durante las tardecitas de calor, pique, mosquitos y transpiración vegetal, entre los yerbales y la selva, escuchaba el rumoreo de los mensúes. El mitaí paseaba por los senderos del asma en el regazo de una niñera aborigen -guaraní mbya- que le aplacaba el calor en las aguas de una vertiente. Y con sus ojitos bien abiertos, veía al viejo río Paraná como la salida al futuro. El gurí (nene pequeño) de los Guevara guardaba en su corazón los puñados de la tierra roja que llevaría a todas partes y esparciría en la Sierra Maestra.
En Caraguatay, con los duendes zumbando a la soledad, danzando sobre la memoria, nadie señala a Ramón Ayala como músico, poeta, cantautor, artista plástico. Nadie lo conoce por sus libros, Poemas y Dibujos, Cuentos de Tierra Roja y Desde la Selva y el Río.
A nadie lo asombra que sea el autor de “El Mensú”, “El Jangadero”, “Mi pequeño Amor”, “El Cosechero”, “Retrato de un Pescador”, traducidos a varios idiomas. A nadie lo conmueve que sea el creador del gualambao, del ritmo selvático.
En Caraguatay, todos saben que Ramón Ayala es un prócer del cancionero popular latinoamericano: El cantor de los hombres sin voces. Es quién supo escuchar a los duendes guaraníes, y quien cantó a los peones forjados en la fragua de las penurias, quien cantó a los arruinados, a esos que siempre deben trabajar por las deudas que no conocen, quién cantó a los que soportan el ultraje con un sapucay (que significa en guaraní grito; gritar, clamar; grito triunfal del mensú o hachero al derribar un árbol), con un sapucay de dientes apretados.
Ayala fue quien cantó a los que ahogan las broncas ante el látigo cruel de los kapangas, y el grito de tortura que siempre suena: ¡Neike!!Neike!
Pero también, Ramón Ayala fue el trovador de la esperanza: Quien anunció al hombre nuevo en el ardiente continente de cabecitas negras. Quien le cantó al amor entre la peonada.
Escribió “El Mensú” en un estado de conciencia y lo grabó en 1955. “Es un homenaje a esos trabajadores del monte que, más allá de sus sufrimientos, tenían como todos los hombres un acervo cultural.
“Eran seres cósmicos que lo hacían merecedores de una trascendencia a la injusticia que eran sometidos. Nunca sus trabajos fueron retribuidos con el mensuadero o el mensual -de allí su denominación de mensúes- con que habían sido contratados en los yerbales o en los obrajes”; señaló Ramón Ayala.
El hombre nuevo
En el pensamiento del Che, la formación del hombre nuevo, desalienado -o en vías de desalienación-, constituye el objetivo fundamental de su ideario moral, y ese tema está bellamente poetizado por Ramón Ayala en su poema El mensú musicalizado en 1955.
Ayala reconstruye un tiempo histórico, describe un paisaje con el hombre como centro, pero supera la definición de canción testimonial porque tensiona con belleza el espíritu contestatario de la época, y propone con poesía la transformación humana que más tarde sería la esencia del pensamiento de Ernesto el Che Guevara, “el hombre nuevo”.
Las concepciones de “tradición, tensión y renovación” atraviesan el ideario de la canción que es musicalmente una galopa que presenta en sus elementos compositivos características poco usuales en la música popular argentina de raíz folclórica de aquellos años.
El mensú como canción-objeto y como canción-proceso permite abordar la hipótesis que integra el material artístico que nutrió a Ernesto El Che Guevara en su rol de pensador y ensayista para su gran aporte al pensamiento con su trabajo “el hombre nuevo”. La canción de Ayala permite desentrañar ese universo de significados construidos en torno a una cultura guaranítica tan rica en simbología y en conceptos como la tierra sin mal, la que se obtiene solo desde el pensamiento del Che, la formación del hombre nuevo, desalienado -o en vías de desalienación-, objetivo fundamental de su ideario moral.
En el poema, Ayala no deja ningún elemento que luego sería usado por Guevara en sus escritos desde 1959 hasta su asesinato en 1967.
Selva, noche, luna
pena en el yerbal.
El silencio vibra en la soledad
y el latir del monte quiebra la quietud
con el canto triste del pobre mensú.
Yerba, verde, yerba
en tu inmensidad
quisiera perderme para descansar
y en tus sombras frescas encontrar la miel
que mitigue el surco del látigo cruel.
¡Neike! ¡Neike!
El grito del capanga va resonando.
¡Neike! ¡Neike!
Fantasma de la noche que no acabó.
Noche mala que camina hacia el alba de la esperanza,
día bueno que forjarán los hombres de corazón.
Rio, viejo río que bajando vas,
quiero ir contigo en busca de hermandad,
paz para mi tierra cada día más,
roja con la sangre del pobre mensú.
Guevara mantiene la preocupación constante por el hombre y su conciencia en todos sus escritos, hasta aborda los mecanismos para su formación a nivel social o individual, íntegro. Su vida reflejó la obsesión que tuvo por alcanzar un “escalón más alto en la especie humana”.
Su concepción sobre el hombre nuevo se encuentra dispersa en todo lo que escribió desde 1959, año de la victoria de la Revolución Cubana hasta 1967 cuando lo matan en Bolivia; prácticamente no existe ninguna intervención del Che en la que no se encuentre cuando menos una referencia a este problema, ya sea en lo que se refiere a sus características y cualidades o a los mecanismos que colaboran a su formación.
Su preocupación constante en este sentido parece surgir del convencimiento que la formación de una conciencia y una actitud nuevas, distintas a las heredadas de la sociedad que vivió.
Él quería desconstruir el imaginario determinante en la asimetría social y eso lo mamó de su primera crianza en el yerbal misionero de Caraguatay, donde su estrecho contacto con mujeres guaraníes le inculcaron por diferentes mecanismos, las sabidurías ancestrales con la teoría de la tierra sin mal, o un mundo más fraterno, y eso, Lo presentó poéticamente Ramón Ayala: Sin hermandad, sin un nuevo amanecer no se podría construir una nueva forma de vida.
Se necesita construir un nuevo ser que pueda existir en toda su plenitud. El Che escribió: “no puede existir un mundo solidario si en las conciencias no se opera un cambio que provoque una nueva actitud fraternal frente a la humanidad, tanto de índole individual, como en la sociedad que está construida o se construye en los nuevos tiempos. El desarrollo de la conciencia es, pues, uno de los pilares fundamentales en la construcción de la hermandad”.
*Periodista y escritor, director de El Diario de Carlos Paz de Córdoba, Argentina.
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