Disculpas a Ernesto Benítez, un acto significativo

Hay actos significativos.
Que el estado pida disculpas públicas sobre casos específicos de violaciones de los derechos humanos es un acto significativo. Mas, qué cosas significa.
Hoy el Ministro del Interior Enrique Riera, en representación del estado paraguayo, realizó un acto de disculpas públicas a la familia de Eulalio Blanco, ejecutado por policías y uno de los 128 caídos en la lucha por la tierra en el periodo post-stronista. También a Ernesto Benítez, dirigente campesino, educador popular, quien fuera detenido y torturado por policías en la misma ocasión. Años antes, en otra manifestación campesina, Ernesto había recibido una bala que le perforó un pulmón, ante lo cual logró sobrevivir. Ambos, Eulalio y Ernesto, participaban de una manifestación en la que pedían créditos para hacer frente a sus cultivos de cedrón. El gobierno había promovido el rubro y luego se desentendía de acompañar a los campesinos. Esto ocurrió en el 2003.

Ernesto Benítez, educador popular y dirigente campesino

A Ernesto lo conozco de mis inicios en la facu, de cuando frecuentaba Conver (Partido Convergencia Popular Socialista) y de una cortita militancia allí. La claridad profunda con la que exponía sus enseñanzas siempre me resultó admirable, y valiosa. Por Ernesto siento una admiración y respeto inalterables.
Ver y escuchar hoy a Enrique Riera me resultó incómodo, como mínimo. Una persona que no debiera ocupar ningún cargo en la función pública dada su nefasta responsabilidad en la tragedia del Ykua Bolaños, impune. Antecedente que no impidió que avanzara con su carrera política y que se haga senador, y Ministro de Educación, donde declaró que quemaría libros en una plaza pública, a la usanza de discursos distópicos cada vez menos alejados de la realidad. Él, el mismo, haciéndose cargo de la manifestación pública de disculpas. Bueno, nada más que la imagen y representación precisa del estado que tenemos.
Que tras 21 años del hecho acontecido se haya conseguido la realización de este acto público es resultado de una denuncia hecha contra el estado por parte de Ernesto ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, con el acompañamiento de la Coordinadora de Derechos Humanos (Codehupy) es resultado de una lucha menos visible pero perseverante.
¿Vale un pedido de disculpas? ¿De qué manera se pueden establecer mecanismos efectivos de resarción, de reparación ante los daños sufridos? Es difícil de determinar qué tipo de medida práctica puede equipararse a intentar corregir los daños físicos, psicológicos, emocionales, que implican la tortura, la violencia desmedida, la pérdida de un ser querido. Solamente las víctimas pueden sentir la dimensión de los rastros en sus propias vidas. Es importante, sin embargo, que en un país como el nuestro, donde un ejercicio de revisión de la dictadura stronista prácticamente no existe, se realicen este tipo de actos.
Porque nos lleva a revisar los actos en los que la dictadura se sigue repitiendo, como lo ocurrido con la violencia policial ante la manifestación de los productores de cedrón en el 2003. Porque, aunque por medio de un ejercicio coercitivo, el estado institucionalmente asume una responsabilidad por el uso desmedido de la violencia. Porque, aunque simbólico, el acto debe marcar una referencia, aunque sea sólo como llamada de atención, al modelo de represión criminal con que las fuerzas del orden enfrentan a las manifestaciones sociales.
Le tocó dar la palabra a Riera, como le pudiera haber tocado a cualquier otro de los agentes del poder neo-stronista que gobierna hoy. No deja de ser significativo. Tampoco el hecho de realizar el acto en el Instituto Superior de Educación Policial. Pero la significación real vino después, en la palabra de Ernesto.
En la palabra de quien demandó a este estado, al cual representaba la nefasta imagen de Riera en el escenario. En la palabra y la presencia de Tava Guaraní, de sus niños, de sus profesionales, de sus mujeres, sus jóvenes y adultos. En la presencia de una comunidad campesina. En la palabra serena, firme y clara de Ernesto, dando cuerpo, dando carne y aliento al acto, recordándonos que somos todos y todas naturaleza común con el entorno, con los árboles, agua, viento y demás animales. Recordándonos que la vida es el valor máximo y que debemos compartirla con alegría, pese todo lo andado y las heridas acumuladas. Cuestionando incluso el discurso de nuestras propias demandas y apuntando que existe una deuda histórica del estado con la gente, en hacer justicia sobre «las tierras robadas, mal llamadas mal habidas». Recordándonos que precisamos recuperar el tyguatã, el py’a guapy, el tekoporã, visiones de vida del mundo campesino que fueron, que son, violentamente desarraigados con la ola de descampesinización.
En Ernesto y su gente, en su lucha y su resistencia, está el valor del acto de hoy.
Gracias por hablarnos y traernos la palabra resistente, vital y significativa.

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