
¿Con Esperanza se puede?

Esperanza Martínez, senadora y exministra de Salud del Gobierno de Fernando Lugo (2008-2012). Foto: William Costa.
De 2008 a 2012, Esperanza Martínez, actual senadora, encabezó la gratuidad del sistema público de salud en Paraguay, mostrándose que era posible no cobrar consultas, cubrir insumos hospitalarios, estudios y medicamentos para la población. El 28 de enero lanzó su precandidatura a la Presidencia de la República. “En tiempos tan críticos como este, Esperanza es un nombre cargado de potencia. Que la gente sienta que hay en mí alguna esperanza, no sé, es algo conmovedor”, nos cuenta en este reportaje de semblanza.
Por: Julio Benegas
-Doctora, aquel auto será para su marido, este para su hija y aquel para su hijo menor.
– ¡Qué! ¡Cómo!
-Sí, sus hijos deben movilizarse en auto.
-Mi marido tiene su auto, mis hijos pueden movilizarse a pie, en bici o en colectivo.
-Usted es nueva nomás señora ministra. Por eso dice todo eso.
Con este diálogo previo con el jefe de guardia del ministerio, Esperanza Martínez asumía, en agosto de 2008, el Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social. Aquella otrora médica del Hospital de Clínicas, conocida entonces como el hospital de los pobres, no se imaginaba que llevar adelante la propuesta de salud gratuita iba a deparar extraordinarios esfuerzos.
Cómo desmontar un sistema en el que debías tener un padrino en la seccional colorada para que te atiendan bien y que se te exonere gastos, o que debías implorar en el servicio de asistencia social que se te exonere la consulta, o que debías vender tu terreno, tu ganado o hipotecar el futuro con deudas por terapias intensivas, operaciones o largas internaciones.
Esperanza, en un rincón de su casa, abre sus ojos pequeños y extiende los brazos para explicar cómo. “No, no fue nada fácil”.
Con un reordenamiento presupuestario, se levantaron los aranceles de consultas y de otros servicios. Y con un buen control de la distribución de fármacos y de insumos hospitalarios, y de unificación de servicios de guardia, arrancaba, en diciembre del 2008, la primera etapa del sistema de salud gratuito en Paraguay. El sendero estaba lleno de malezas, con amenazas de huelgas, brazos caídos o manipulación de informaciones para desactivar la iniciativa y devolver a los antiguos gerentes el poder de definir quién debía ser atendido bien o a qué sanatorio privado debían parar los insumos que se les hacía comprar por demás a las familias o a cuáles farmacias iban a parar los medicamentos comprados por el Estado paraguayo.
-Usted no necesita que yo llame a la directora para que su familiar sea bien atendido. Ese es su derecho. Llámeme si no es atendido como corresponde-, respondía atentamente a todas las personas que la llamaban para asegurarse de que su pariente sea atendido en un servicio de urgencia, acceda a una cama de internación, terapia intensiva o a estudios avanzados.
Al primer mes de la declaración de gratuidad, las consultas médicas triplicaron, poniendo en duda aquella sentencia de que en Paraguay la gente acudía a los hospitales solo en situación de emergencia. En dos años ya hubo el triple de camas para terapia intensiva, la mayoría de los estudios se conseguía sin pagar y se retiraban medicamentos sin pasar por las farmacias alrededor de los hospitales.
Luego los servicios de salud pública se trasladaron a las compañías rurales a través de las APS (Atención Primaria de Salud) y al poco tiempo los trabajadores se sintieron mejor con la unificación de guardias (antes saltaban de un hospital a otro) y las mejoras sustanciales de los salarios. “El personal médico se sentía mucho mejor porque, además del aumento salarial, tenía todo a mano: los insumos, las camas, los remedios”.

Esperanza Martínez (centro) junto a su esposo, el psiquiatra y activista de Derechos Humanos, Carlos Portillo y sus hijos: Diego y Ana Gabriela. Foto: William Costa.
Esperanza Martínez era entonces la doctora destacada en el país y en la región. Era posible convertir en público un sistema que era “privado con menor costo”. Con esa fama al hombro, fue nombrada presidenta de la Organización Panamericana de la Salud y al año siguiente ocupó una de las vicepresidencias de la Organización Mundial de la Salud.
El golpe al gobierno de Fernando Lugo en junio de 2012, con aquella masacre de Curuguaty y el juicio parlamentario exprés, cortaba, y dejaba en remojo, un avance sustancial en el acceso al derecho público de la población paraguaya.
-¿Qué queda de todo aquello?
-Volvieron las roscas que negocian con sanatorios y farmacias privadas, las recomendaciones y una serie de prácticas que ya habíamos resuelto en favor de la gente- esgrime acomodándose en el asiento, con las piernas cruzadas. Detrás, Ricardo, el hijo menor apura el fuego con el que asará chorizos y una costilla, mientras que Ana, la cumpleañera, su primera hija, se apoltrona al lado de ella, con el pelo corto y los ojos pequeños. Ya en el diálogo de mesa, Ricardo, electromecánico hoy, recuerda aquel día de 2008 en el que, de retorno de la escuela, muy desorientado, le preguntó a su mamá:
-¿Mamá, mamá, es cierto que seremos multimillonarios?
-¡Quéee!
-Así me dijeron en la escuela mis compañeros. Que nosotros seremos multimillonarios porque vos sos ministra. Te vieron en la televisión
-¡Nooo, en serio! No les hagas caso mi hijo.
Madre, padre e hijos se ríen al recordar ese tiempo.
-¿Como ven la posibilidad de que su madre sea presidenta? ¿Creen en esa posibilidad?
-Creo, claro que sí- asume rápidamente Ana, socióloga y docente.
-¿Y quieren?
-Toda vez que sea para el bienestar de la gente, yo quiero- interviene Diego, que ese día había renunciado a su trabajo de sonidista en un centro comercial para ingresar a otra fuente laboral.
Luego de consultar con su familia, con los miembros de su partido, Participación Ciudadana, con algunos de sus compañeros y compañeras del Frente Guasu, con referentes sociales, gremiales, del sector salud y de la cultura y con algunos pequeños y medianos empresarios, Esperanza Martínez oficializó su precandidatura el 28 de enero, en Plaza Italia, con unas quinientas personas, en el marco de testimonios, música y una alegoría escénica sobre salud, alimentación y esperanza. De ahí la articulación que impulsa su candidatura ha establecido actos en Ciudad del Este, Encarnación, en Central y otros encuentros sectoriales y barriales. Ella es consciente de que no será fácil la disputa. En su idea, la meta es llegar a las elecciones de 2023 con candidaturas unificadas de partidos considerados de oposición.
“Lo lograremos. Que sepa el Partido Colorado que lo lograremos”, había señalado en el acto de lanzamiento.
Una generación “política”
Esperanza Martínez nació el 26 de abril de 1959, cinco años después de aquel golpe de Estado del general Alfredo Stroessner (4 de mayo de 1954). Su vida nunca pudo separarse de la contestación política contra el régimen militar. Es que su padre, Don Benito Martínez, un químico farmacéutico, lector voraz, era un dirigente del Partido Revolucionario Febrerista. En su casa se consagraban reuniones políticas y tertulias, entre Elvio Romero, Ernesto Romero Valdovinos y otros, partes de esa camada de gente que había convertido su arte en una lanza de reclamos y demandas contra aquel régimen que persiguió a las Ligas Agrarias Cristianas, mató a dirigentes sociales, despareció a activistas comunistas y azotó a todos “los contreras”, aquellos que, según “La Voz del coloradismo”, que encadenaba en las radios, se oponían al “orden, la paz y el progreso”.
Esperanza nació en esa casa de Eusebio Ayala y 22 de Setiembre, frente a Panuncio, un legendario bar de músicos que cerró una década atrás. En frente de la casa tenían una farmacia. El padre iba a Corrientes, a Formosa, a Clorinda, un poco porque él, como químico farmacéutico, regenteaba farmacias, y otro tanto para salir del radio de la policía.
Con el padre yendo y volviendo, de la farmacia y del hogar se encargaba la madre, Mercedes Lleida, una señora española que había migrado de niña a Paraguay, a la muerte prematura de sus padres.
Esperanza fue del primero al cuarto grado a la Escuela Fernando de la Mora, una escuela pública del barrio Pinozá, muy cerca del Club Guaraní y al lado, o detrás del Colegio Nacional de la Capital, adonde acudieron todos sus hermanos. Por un tiempo, a su hermano Eduardo lo buscó la policía porque se resistía, junto con otros estudiantes, a que Alfredo Stroessner entregara los títulos a los graduados.
Otro hermano, Roberto, al que le gustaba la aviación, no pudo ingresar a las Fuerzas Armadas porque debía afiliarse al Partido Colorado. No solo él, también los padres.
“La dictadura marcó mi vida”, resume Esperanza al recordar esos tiempos. En esa intensa vida de resistencias, su padre recitaba poemas, ella recitaba con él, y escuchaban el Long Play de José Asunción Flores grabado en Moscú. Este material y otros prohibidos en la época eran guardados, como preciados y comprometedores tesoros, detrás de la biblioteca.
Esperanza terminó la primaria (hasta el sexto grado entonces) en la Escuela Normal Número 2. De la escuela normal, donde debía acudir con faldas, peinados, zapatos, coletitas en el pelo, “impecablemente vestida”, fue al Experimental Paraguay Brasil, Itapytapunta, Sajonia. Allí, adonde podía acudir en remera, en pantalón vaquero y ostentar el pelo suelto, se encontró con una educación de interpretación de textos, de análisis de acontecimientos nacionales e internacionales, de crítica de arte, teatro, música y ciencias.
-Me entero de que te vas a esa escuela de libertinaje- le cuestionó entonces una tía que no salía de la parroquia del barrio.
Ya llegamos a 1977. Esperanza debía acudir a la universidad. Escoger la carrera de Medicina no fue dilema. “A mí me gustaban las cuestiones sociales. Creía yo que siendo médica podía ayudar a la gente”, asume durante la entrevista.
En la Facultad le tocó compartir con una generación “contrera”, con compañeros como Ursino Barrios y Aníbal Carrillo, y pronto participó de grupos de contestación política. En los 83 y 84 formó parte de la coordinadora de estudiantes que organizaba juegos universitarios paralelos a los promovidos por la dictadura.
Ya en sus residencias en el hospital escuela, el Hospital de Clínicas, convivió con la pobreza, las impotencias y las amenazas de cárcel y represión por las demandas. Exigían salarios, insumos hospitalarios, medicamentos.
Ya a la caída de la dictadura, en 1991 accedió a una beca para estudiar el diplomado en Salud Pública. Lo hizo en la universidad de Lovaina, Bruselas, Bélgica. Ahí aprendió un montón sobre estadísticas, prevenciones y epidemias
A partir de este diplomado, la actual senadora se dedicó más a las consultorías y a algunas que otras atenciones de clínica médica hasta que, finalmente, el Partido Colorado, aquel 22 de abril de 2008, perdía una elección luego de 61 años en el gobierno.
-Ya que siempre cuestionás el sistema de salud, ahora tendrás la brillante oportunidad de hacer algo para cambiarlo- le dijo a través de una llamada telefónica el también médico Aníbal Carrillo Iramain
– ¿Qué? – preguntó, sorprendida, Esperanza.
– Sí, Lugo te quiere como ministra de Salud
El 15 de agosto de 2008 Esperanza Martínez era ungida ministra de Salud Pública. En su función canalizó un mundo de antiguas demandas. El país, por primera vez, tenía salud pública gratuita. Y avanzaba hacia una más universal y de más calidad cuando el 22 de junio de 2012 decretaron, entre gallos y media noche, que aquella alternancia, aquella primavera democrática, llegaba a su fin.
A diez años de aquel golpe al gobierno de Fernando Lugo, en la escena electoral aparece la doctora, Ña Salud (así la llamaban en El Popular), al cierre de dos períodos como senadora de la Nación. En esta gestión, con sus pares del Frente Guasu y otros senadores, promovió proyectos de leyes de suba de impuesto al tabaco, de imposición de impuesto a la exportación en bruto de la soja y otros granos transgénicos, la ley de audiovisuales, la ley de ollas populares, del Arancel 0 en las universidades públicas. Acude a todas las sesiones, va a las reuniones de sectores que la convocan. Dialoga, atiende, responde. Parece que ella siempre está aprendiendo y que siempre está explicando cosas.
-¿Es posible consagrar su candidatura presidencial en el 2023?
-Yo quiero asumir el desafío, pero depende de muchos factores. Me debo a la gente que impulsa mi candidatura y me debo a la idea de ir en una gran concertación política.
-Ah, ya, una última pregunta. Por qué le pusieron por nombre Esperanza.
-Mi abuela española se llamaba Esperanza. La abuela que había fallecido a sus 28 años
-¿Y le gusta el nombre?
-De niña me incomodaba. Era como llamarse justicia o libertad, como muy conceptual. Ahora, de adulta, me gusta mucho. En tiempos tan críticos como este, es un nombre cargado de potencia; sentirse esperanza, o que la gente sienta que hay en mí alguna esperanza, no sé, es algo conmovedor.
-El lema de su campaña es Con Esperanza se puede. ¿Usted cree que se puede?
-Sí, lo creo.