Una playlist melancólica para correr

En una de mis cada vez más infrecuentes incursiones al Facebook, me saltó el posteo de un amigo-contacto que explicaba que durante una travesía en bicicleta escuchó varias veces la misma playlist. Cuando ya se hartó puso la de su hija preadolescente, llena de canciones cursis.
Para su sorpresa aquellas que más le motivaron y activaron su turbo energía para llegar a la meta fueron las más tristes y pegadizas. Aunque era un posteo divertido, me interesó el testimonio sobre el efecto inesperado de esas canciones en su ánimo lo que, a su vez, influyó en la energía que le inyectó a su voluntad.
Para cerrar pidió a sus amigos y amigas que le recomendaran otras dentro de esa clasificación -tristes y pegadizas- para armar una nueva lista que impulsara su nuevo recorrido y meta de no sé cuántos kilómetros.
Y pensé en cuán válida es esta fórmula por el simple hecho de que funciona y se ajusta a determinados momentos, necesidades o sensibilidades. Para algunas personas las melodías más melancólicas pueden resultar en un gran estímulo o un gran disparador de estados creativos.
Mi tendencia siempre fue regodearme en las intensas emociones que se me manifiestan con canciones así; en segundo lugar pondría – tal vez- a las buenas historias contadas en alguna película o libro. Pero mucho tiempo, sobre todo en la adolescencia y juventud, no me sentí cómoda con expresar esta preferencia musical que era catalogada como de “vieja” o de “velorio”.
Cuando conocí a la escritora Susan Cain y leí en dos de sus libros la síntesis de tantos años de investigación y reflexión sobre las personalidades introvertidas y los estados melancólicos -claramente no se refiere a estados depresivos- me sentí francamente comprendida y hermanada con tanta gente que, en esta sociedad de “positividad forzosa y sonrisas normativas”, es encasillada con etiquetas fáciles y fuera de lugar.
En mi vida no faltan las risas y carcajadas (dónde, con quién e intensidad es variable), creo que tengo buen sentido del humor, aunque también me pasa que a veces encaro mis chistes con una ironía -no sorna- que se toma muy literal y más que reír la gente queda con un signo de interrogación.
Pero aquello no quita mi parte profundamente melancólica. Tanto que si tuviera que correr una maratón también lo haría con una buena playlist llena de canciones lacrimógenas, y henchida de sensaciones sobre la vida, mi finitud, el amor, la belleza del mundo, llegaría a la meta bañada en lágrimas, desbordada de emociones…

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