
19 Ago La Iglesia, oh, la Iglesia
Por Julio Benegas Vidallet
Luego de la masacre de Curuguaty y la destitución del gobierno de Fernando Lugo hubo una recomposición de los antiguos grupos de poder en el país. Cerraron todas las válvulas institucionales. Todas las ventanitas por las cuales podrían filtrarse algunos que otros cambios, aunque sean actitudinales, fueron herméticamente cerradas.
La antigua composición del poder en el país acumuló toda la estructura institucional: el Ejecutivo, el Parlamento, el Poder Judicial.
Esto que ocurrió a nivel administración del Estado paraguayo, ocurrió de modo idéntico a nivel de la Iglesia Católica. Las puertas de esta institución se cerraron también para todas las voces que cuestionaban el cerrado régimen hasta dejarlas en la más absoluta marginalidad. La antigua Pastoral Social, donde los laicos comprometidos se aproximaban a las bases sociales con una mirada más crítica, más cuestionadora y con algún afán de transformación de las realidades sociales, desapareció de escena: quedó prácticamente como un reducto marginal.
La Iglesia Católica, con Valenzuela, ex vicario castrense, donde llegó a ser general de brigada, y otros sectores jugaron una partida directamente con el Grupo Cartes y otros grupos de poder. Nada nuevo, claro está, esa imagen del poder en la novela del mundo, pero en un país con una intervención de la Iglesia tan pero tan decisiva el dato es mucho más peligroso que en otras partes del mundo.
Esa Iglesia protege naturalmente, sin discutirse, a un acosador de estudiantes, y lo mantiene como su representante, a través de la Universidad Católica, en el Consejo de la Magistratura y en el Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados. Esta gente es la misma que cierra las puertas a estudiantes cuando quieren discutir trato, normas internas, y acusa, despide y persigue la organización de trabajadores.
Ese es el cuadro de recomposición de los antiguos poderes, que vieron peligros -y maximizaron hablando de nuevo de comunismo, zurdos para invadir de miedo a la gente-, en unas pocas ventanitas abiertas durante el único período de transición real que hubo luego de la caída de Alfredo Stroessner.
Un grupo cerrado, que también a veces usa las reuniones masónicas para mantener herméticamente sus intereses, gobierna el país con absoluta impunidad.
Por eso es imperioso unificar las luchas y las demandas. Ellos resuelven sus tratos en los casinos, nosotros deberíamos unificar nuestras demandas en las calles.
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