«Jagua Juka», necesarias historias de la Gran Asunción

Por Julio Benegas Vidallet

Sergio te avisa en el prefacio de qué va la mano. De migraciones y nuevos territorios. De esos nuevos territorios, Villa Elisa, donde, al igual que otros pueblos, fue y es territorio de reinserción de familias de la clase trabajadora de Asunción y de la clase trabajadora campesina. Este fenómeno de desarraigo y de violenta inmersión en el mundo urbano ha reconfigurado el paisaje natural y social de las ciudades del departamento Central.

La aparición de nuevos poras, de nuevos mitos, de nuevos tubos de ansiedad con su castellano jopara y su guaraní jopara, con su castellano paraguayo y su guaraní suburbial. En el primer relato, de experiencia de infancia, el relato con el mykuré nos remonta a esa mirada, más extática, miedosa o empática con los bichos de niños asuncenos migrantes y ese mazazo que sufrirá el animal de quien, en su centro, abyecto, maldecido, solo lo ve como el depredador de las gallinas y los huevos.

Ya en otro relato ubicará él mismo ese contexto semi rural y suburbano al decirnos que “a pasos del fin del milenio, Villa Elisa sufría cambios que la llevaban cada vez más hacia la urbanidad, pero la desolación desértica de Acceso Sur la aislaba de las ciudades vecinas y le permitía resistirse. Así que ese híbrido a mitad de camino entre el campo y la mini-Babilonia asuncena mantenía aún las costumbres y formas de otros tiempos”.

Ya en el segundo cuento despliega un personaje icónico, Mberu’i, con el que Sergio pinta una magistral caricatura de su personaje, su entorno y las instituciones de este país. Es clara la intención de Sergio, por suerte no pretensiosa, de presentar, como fondo, una farsa criminal del Estado paraguayo: los falsos positivos. He investigado para varios artículos este tema, así que entiendo que es tejido de ficción, y del bueno.

De esos personajes del denominado submundo, Sergio también rescata el ímpetu mortal de los usureros, con sus esbirros que alternan la voz “grave, profunda, cavernosa” y el tono cordial y amistoso que guardan “una advertencia deliberadamente mal disimulada”.

Ya “En lo de Wolker”, su cuarto o quinto relato de esta colección, rescata una leyenda centrina, del centro de Asunción. La primera vez que la escuché fue en un taller de redacción por boca de un amigo. La segunda vez ya no me acuerdo, y esta vez que leí los textos de Sergio para preparar esta pequeña introducción. Un tipo de familia rica “caído en desgracia”, consumidor de drogas duras a kutiple y regente de piezas de alquiler. De su muerte hubo varias versiones. En este relato nos aproxima a un diminuto sospechoso, un rufián de pensiones precarias, húmedas y tristes.

En general, hasta donde leí, los textos de Sergio se configuran en una etapa esencial de la existencia, y digo existencia, de la reciente, asfixiante, angustiante, contemporaneidad urbana y suburbana. El antiguo póra asaltado por el progreso, la chatarrería, el hollín, la extrema desigualdad y el sálvese quien pueda, se ha convertido en ese triste personaje de bar como Pirai que te comenta que él no fue o que él fue o que pudo haber sido el personaje principal, probablemente re chespie, de tu próximo telediario. Una sociedad rural en descomposición y una sociedad urbana fatigada por todo, fatigada de sí misma, que vive, desde la angustia y el encierro, una vida en la que nada es seguro salvo “la inseguridad” entre esos nuevos póras.

Quien conoce en su oralidad a Sergio entenderá que ha tratado, con los rigores de corrector, asirse a la coloquialidad. Hoy, la narrativa urbana, en tiempo ya de escasos lectores de imprenta, se consolida en el país de la mano de gente que entiende que la coloquialidad del lenguaje es una línea íntegra de representación de nuestros nuevos mundos. Así, con este texto, Sergio se suma a esta tarea que tiene en Cave Ogdón y César Barreto entre sus más logrados cultores.

Bienvenido sea «Jagua Juka» a este concierto fantástico de la narrativa contemporánea. Salud. Sé que acá hace mucho se lo esperaba.

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