Hasta siempre hermano Francisco

Siempre es un poco pesadumbroso ser parte de un momento liminar de la historia. Ocurrió durante la pandemia, cuando fuimos actores de una transformación súbita de la sociedad en algo para nosotros nebuloso e indeterminado. Así, ahora somos testigos del paso a la inmortalidad del mejor Papa de la historia moderna: aquel peronista, hincha de San Lorenzo de Almagro, que se movía en subte con la naturalidad de un laburante, siendo ya el hombre más importante de la iglesia argentina.
Bergoglio, luego de su transmutación en Francisco, parece haber hecho algo impensado para la vetusta institución vaticana: mandó a Dios al otorrino. Ese Dios que solo parecía almorzar en la mesa del patrón, luego de los deleznables papados de Benedicto XVI y Juan Pablo II, por fin encarnaba el verbo de Cristo, expulsaba a los mercaderes del templo e integraba a los «condenados de la tierra», los hambrientos y excluidos, a su mesa.
En política internacional, no dejó de ser un actor comprometido con la vida y la paz. Desde el gesto de envolver al niño Jesús con una bufanda palestina hasta su búsqueda incansable de diálogo mientras el Estado de Israel perpetraba su genocidio y limpieza étnica contra los niños y la población de la Franja de Gaza.
Recuerdo, volviendo a los tumultuosos años veinte de este siglo, en medio de la pandemia, su figura solitaria en la Plaza de San Pedro, enfrentando con entereza una soledad casi mística, expiando los pecados de toda la humanidad. Solo, como su valentía, combatiendo a la rosca vaticana conservadora que siempre lo quiso muerto.
Hoy volvió a la nada inanimada un hermano. Desprovisto de la santidad del cargo, logró construir en nosotros, los ateos, una cercanía ideológica que, en el fondo, era tal vez una cercanía mayor a Dios. En el día de hoy, te despedimos en los términos de tu religión:
Hasta siempre, y bendiciones, hermano Francisco.
Que la paz sea contigo.

Comentarios

.
Sin comentarios

Sorry, the comment form is closed at this time.

.