¿Dónde queda la soberanía?

Por Carlos Verón De Astrada

Jean Bodin se llamaba el intelectual francés del siglo XVI que acuñó la palabra soberanía como un concepto necesario para marcar la facultad de un Estado constituido por ciudadanos de autodeterminarse. Tanto se usó y abusó de ese término en el marco de la dominación de países poderosos sobre países débiles, que hoy día uno no sabe dónde está parado a la hora de hablar de soberanía.

Mucha parafernalia se montó en torno a un supuesto espionaje cibernético de Brasil sobre Paraguay, que pronto se aclaró: se habría realizado durante el gobierno de Bolsonaro. Ese dispositivo, de acuerdo con el actual presidente brasileño, Lula, dejó de existir en su mandato.

El grito al cielo lo pegó la élite gobernante paraguaya, reivindicando de forma exultante nuestra soberanía, demostrando un celo histérico por la misma con llamativas poses patrióticas. “¡Debemos defender la soberanía al costo que sea!” (Última Hora, 9/4/25), con una grandilocuencia digna del Mariscal López. Todo sonaba muy bien, sin tener en cuenta otra noticia que velaba ese “patriotismo”, sacando a la luz, con claridad, la verdadera naturaleza de la denuncia del espionaje brasileño.

El diario La Nación reportaba que “Paraguay apunta a instalar un centro de operaciones de seguridad cibernética con la cooperación del Comando Sur de los Estados Unidos”. Esta “colaboración” comprenderá, además de tres millones y medio de dólares para equipamientos en software y hardware para dicho centro, la necesaria capacitación de los recursos humanos locales y, para el efecto, la presencia de personal militar de la potencia del norte.

“Ahí está el detalle”, decía el gran Mario Moreno, Cantinflas. La película del espionaje brasileño, que apuntalaba el gran patriotismo del gobierno, no era otra cosa que una justificación de la injerencia norteamericana en la soberanía de nuestro país, para instalar una base de operaciones cibernéticas y así ejercer el necesario control en la región por parte de una potencia en decadencia, en franca disputa hegemónica con China.

Brasil es país miembro fundador del BRICS, alianza geoeconómica de la cual también forma parte la República Popular China. Además, es la economía más potente de Latinoamérica y, por si fuera poco, el principal mercado de Paraguay (más que EE. UU.).

Dicho esto, se podría afirmar que toda la parafernalia del “espionaje” brasileño, al justificar la postergación de la negociación del Anexo C del Tratado de Itaipú —perjudicando significativamente los intereses de nuestra SOBERANÍA, entre otras cosas, al impedir mejorar la remuneración recibida de Brasil por la venta de la energía que nos corresponde—, representa el sacrificio de nuestro país, o el precio que estaríamos pagando los paraguayos, para posibilitar el establecimiento de una cabecera de playa de EE. UU. en la región, en su disputa hegemónica con China.

Este patético espectáculo que da el actual gobierno paraguayo no es nuevo en un país que, desde la primera mitad del siglo XX, se destacó por su subordinación incondicional a los designios del norte. Pero esa abyección pudo darse durante mucho tiempo sin tropiezos, cuando Brasil tenía una política muy afín a EE. UU. El problema es que, en la actualidad, el escenario es muy diferente. Brasil integra un bloque geoeconómico junto con el hegemón emergente, que hoy es la pesadilla del hegemón en decadencia: EE. UU.

El gobierno de Peña, además de encontrarse en una situación conflictiva a nivel local, también lo está a nivel regional y global. Está como el queso del sándwich: metido en la disputa hegemónica entre EE. UU. y China, pero también en tensión con la principal potencia de Latinoamérica, Brasil, que, al ser así, es el principal mercado para nuestro país.

¿Qué diría Bodin, aquel que acuñó el concepto de soberanía, si resucitara y viera este espectáculo?

 

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