A propósito de «Paraguayan Sorrow», un elogio a Rafael Barret, su irreverencia

El siguiente texto fue leído por Mirna Robles Armoa en la presentación del libro Paraguayan Sorrow, primera edición en inglés de El dolor paraguayo, de Rafael Barrett, con traducción realizada por William Costa. El evento fue realizado en el espacio cultural Literaity el sábado 9 de noviembre pasado.

Por Mirna Robles Armoa

Hoy me desperté como a las 8. Mis energías me traicionaron y por más intento que hice en volver a conciliar sueño, no lo logré. Salí y afuera el cielo estaba despejado, el clima, como para agradecerlo con una caminata. Caminé. Subí hasta 5ta y luego pegué la vuelta hacia Colón, me deslicé por las diagonales que hacen paralelos escurridizos a Carlos Antonio López.

¿Qué rayos tiene que ver todo esto con Barrett? Quizá todo, quizá nada. Quizá la motivación vital del decir, quizá la pasión esencial del sentir. Divague nomás quizá, o no.

Leí los textos de Barrett poco después de la adolescencia, cuando iniciaba la facu. Desde entonces los mantuve a mi lado, en la mesa de estudio, a la cabeza de la cama, cada tanto en la mochila, como una biblia, casi, volviendo cada tanto sobre un texto, un fragmento.

Leer a Barrett es como un despertar, así, como el de mi mañana. No hablo en sentido místico de revelaciones, hablo en el sentido de saludar a lo que está allí afuera y transitar camino en él. Pienso, desde mi experiencia, en lo valioso de que los textos de Barrett sean más difundidos y lleguen a más personas, personas jóvenes y adultas. Y digo que lo pienso desde mi experiencia porque en sus textos encontré muchas cosas que me apasionaron. No solamente el vínculo entre la buena escritura y el compromiso con lo social. Encontré mucho más. Esto lo digo en el prólogo y lo repito aquí. Me fascinaron la amplitud y variedad de los conocimientos que exponía, lo actualizado que al parecer se encontraba con el avance de las ciencias, de las artes, de las letras, de ese tiempo, a nivel Internacional. Desde el ejercicio de la escritura, valoro en Barrett esa capacidad sofisticada de tratar un tema partiendo de lo particular más singular y curioso posible y dirigirlo a lo universal, para volver sobre el punto de partida. Amo el espíritu que dirige las palabras de sus textos, la palabra libre, la palabra irreverente, la palabra jugada por el otro, la palabra desde el amor.

Cuando hoy salí y caminé, y me sentí fascinada por el mundo como lo tenía ante mí, fascinada por el mero hecho de estar, me encontré feliz, me descubrí en admiración ante el árbol de la vereda, ante la costurera que cosía, ante lo más pequeño como mi sombra proyectada en el asfalto, o ante lo más sublime como el aleteo incesante del colibrí. Y también me encontré con una parte del horror, con una parte de lo atroz, con el culo sucio abierto del homeless que espiaba un recuerdo de su alma tirado en la misma vereda, ajeno a todo, o quizá no.

No sé ya decir si el tiempo que vivimos es peor que otros. Ya lo pensé varias veces. Es, sin embargo, sorprendente la capacidad humana de mejorar nuestras formas de destrucción, de sometimiento, de evasiones y crueldades. No sé si vivimos ahora el peor de los tiempos, pero creo en que todavía nos queda algo. Una esperanza, la que no termina de morir. Pienso y siento que hay que sostenerse en convicciones, armarse de credos, y que en esa coraza moral palabras como las de Barrett nos dan un sorbito de agua fresca, nos alimentan la imaginación, nos reconcilian con lo hermoso y lo ruin de lo que somos.

¿No parece, acaso, que esté hablando de un Donald Trump, cuando dice esto?: “Se escapó un loco del manicomio. No se lo censuremos; un loco suelto por una ciudad de trescientos mil cuerdos es caso grave. Se ha visto a un solo energúmeno levantar países enteros, derribar tronos y fundar religiones”[i].

¿No habla acaso desde una sinceridad distante (porque se separa) a cada uno de nosotros/as/es, cuando dice: “’Una máscara sobre otra’, dice Shakespeare. Hace falta una doble protección para arriesgarse a ser sincero. El Carnaval es, ante todo, la fiesta de la sinceridad. Durante unos días somos lo franco que se puede, a costa de caer en la desvergüenza; hablamos casi lo que pensamos; nos atrevemos a parecer locos, es decir, a parecer lo que somos; nos desahogamos de doce meses de hipocresía. ¡Admirable privilegio! Nos es permitido correr, cantar, gritar y reír a gusto, y uno se viste como quiere. Se suprime la rutina, la correcta convención, la mitad de las farsas sociales; se nos cura del terror más ruin, el terror al ridículo, se nos felicita de lo grotesco, de descorre el cerrojo de la fantasía, se nos vuelve espontáneos, se no improvisa una especie de segunda inocencia. Es una hora de la libertad, un ensayo de una vida mejor y futura, un relámpago. Pronto se torna al fondo gris de la vieja costumbre. La alegría no es de este mundo. Somos fieras astutas; somos otra vez hipócritas: ¡defendámonos! Rechacemos el júbilo; guardémonos de llevar a la práctica las soluciones de nuestra razón ¡Orden, orden! No hay nada tan anarquista como el sentido común”[ii].

¿Qué hay que sea más sagrado que la palabra que nos reencuentra, que nos señala el disfraz así como al cuerpo desnudo? ¿Qué tipo de arrogancia insoportable hay que portar para atreverse a decir verdades?

Si es necesario creer y hay que armarse de convicciones, decido creer en la palabra y rezar a la humanidad, porque en el mundo somos y de su maravilla existimos.

Creo en Barrett, como creo en Literaity, como creo en nosotros/as/es sentados hoy aquí, escuchándonos y leyéndonos, mirándonos y abrazándonos. Creo en los textos que como los de Barrett nos hacen cuestionar lo dado, nos hacen mover el pensamiento y no nos dejan perder nunca el asombro y nos llevan a amar al otro.

Quise escribir algo que hablara sobre lo que los textos de Barrett generan en mí, sobre lo que significan para mi vida. No llegué a decir todas las cosas que admiro en él. Pero siento que si de algo sirve recordarlo, leerlo y sentir sus textos, es para pensarnos, mirarnos, leernos y escribirnos hoy, en este tiempo, intentando recordar y saludar su libertad y su irreverencia.

Solamente repito, sin defender por qué, que creo en que los textos de Barrett deben llegar más, que mucha más gente debe leerlos. Que puede que sus palabras nos ofrezcan un camino por donde pensar en qué creer hoy, en cómo sentir y sentirnos hoy.

Que puede que sus palabras nos brinden una señal para formularnos por qué escribimos, por qué cantamos, por qué reímos, por qué lloramos. Ante qué nos asombramos y ante qué dolemos.

Quizá todo, quizá nada.

[i] Fragmento de El loco, en Germinal. Antología de Rafael Barrett. El lector, 1996. Edición de Miguel Ángel Fernández.

[ii] Fragmento de El Carnaval, en Germinal. Antología de Rafael Barrett. El lector, 1996. Edición de Miguel Ángel Fernández.

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