Por las calles de Pedro Juan

Historias y personajes de una ciudad de frontera donde mataron por encargo (en la ciudad y sus alrededores) a más de 30 personas en lo que va en del año. “La vida no vale nada si al final con el abuso se decide la jornada” (Pablo Milanés).

Entrada a Pedro Juan Caballero, en la línea fronteriza con Brasil. Foto: Casino Amambay.

Entrada a Pedro Juan Caballero, en la línea fronteriza con Brasil. Foto: Casino Amambay.

Alto, moreno, se frota los dedos, se pasea la mano por la frente y escupe mucho. “Es alguien con nombre en el oficio, muy respetado”, comenta nuestro intermediario. El hombre recoge el halago de buen ánimo, pero es parco en sus decires y esquiva la mirada al hablar. El lugar se ha llenado de humo de cigarrillo y la mesa de latitas de cerveza. Alrededor, cerca de la línea fronteriza, la ciudad se devela con mucha vida en las calles. Murmullo en portugués de mujeres y hombres bien producidos para la farra del viernes advierte el tráfico nocturno entre las ciudades de Ponta Porâ y Pedro Juan Caballero.

Nuestro nexo insiste en el carácter resoluto y la buena fama de nuestro entrevistado. A él le hace bien que lo recuerden como “el mejor”. “Che nda fallái voi…Nunca”, arremete, clavando los ojos en el gesto que realiza con la mano derecha para desfundar el arma. “Si estás conmigo, nada te va a pasar”, refuerza con un énfasis particular. Es parte de la fama ganada en su larga carrera. Se descubre el hombro para mostrar la cicatriz de la bala que lo perforara. Lo intentaron matar una vez y se salvó. “Yo controlo por lo menos cien metros alrededor. Además, en pleno verano, venían con casco y campera…No pue che hijo”, cuenta, súbitamente excitado.

Aún siendo un sábado de lluvia, la ciudad se inunda de motos. Es que en Pedro Juan no hay ómnibus.

Aún siendo un sábado de lluvia, la ciudad se inunda de motos. Es que en Pedro Juan no hay ómnibus. Foto: Rufo Diana.

El “morocho republicano”

Lucio Leandro Bogado no se hubiera jamás imaginado que en su cumbre política, primer cartista de Pedro Juan Caballero, jefe de  Dinatrán, estrechos vínculos con el vicepresidente Juan Afara, unas balas terminaran con su vida sin poder siquiera levantarse de su silla. Ahí, frente a su casa, al lado de su esposa, desde donde plácidamente observaba las casas que alrededor había comprado y tal vez imaginándose aumentar significativamente sus ganancias con la empresa de importación y exportación que recientemente había fundado en la ciudad. En un Pedro Juan Caballero que en tres décadas dejaba su pasado de pueblo de obrajes, de trabajadores en los ka’aty, de changadores en las estancias de los patrones brasileros de Matto Grosso hasta convertirse en un pueblo de comerciantes, de compradores y vendedores y de financieras protegidas por hombres con enormes fusiles que te miran, sin pestañear, como “delincuente”.

Lucio no tuvo tiempo de recordar que a su hijo ya lo habían matado, que nació en un pueblo ya desaparecido – convertido por Horacio Cartes en enorme estancia (Fortuna Guasu)-, que cuando vino a Pedro Juan trabajó de secretario de un comerciante japonés, que este le ayudó a poner el primer carrito de hamburguesas en la línea fronteriza y que en ese tiempo, en los ‘80, Fahd Jamil era el padrino y que, según la leyenda, si no tributabas para él no había espacio para ningún tipo de negocio en Pedro Juan.

Ese día de intenso calor, dos jóvenes, en moto, aparecieron como de la nada y, sin frenar completamente, lo dejaron sin aire con balas que no eran de goma. No se hubiera imaginado que una discusión con un jefe menor del narcotráfico, al que le exigió que no se metiera en su territorio, en su barrio, lo dejaría sin pulso vital, arrinconando a su familia en el espanto y ahora en una guerra mórbida de cómo repartirse los bienes.

“Como mi papá era un caudillo fuerte, lo que decía se hacía”, nos cuenta Richard, su hijo predilecto, su asistente, su mano derecha durante ocho años, su secretario cuando estaba al frente de la Dirección Nacional de Transporte.

Aquel primero de febrero de 2014, Lucio andaba, con su esposa, en ejercicio de preparar la conmemoración de sus 45 años. Atrás, borrado casi de la memoria, quedaría ese tiempo duro en que tuvo que esconderse por las líneas de frontera espantado por la posibilidad de parar en la cárcel por la muerte de Luis María Argaña (1999). El era, entonces, el brazo derecho del gobernador de Amambay Víctor Paniagua, acusado, junto con Lino César Oviedo, Conrado Pappalardo y Bonificio Nara, de planificar el atentado del 23 de marzo de 1999 contra el vicepresidente de la República.

Cuatro disparos terminaron de fijar su cuerpo en ese plácido sillón desde donde observaba su vida de aparente bienestar y abundancia.  Seis segundos bastaron para segar ese futuro acariciado de estar alguna vez sentado en una silla giratoria de la Cámara de Diputados, disponiendo de temas tan importantes de la República. Seis segundos bastaron para el apagón.

Leandro. Foto: Amambay Digital.

Lucio Leandro Bogado. Foto: Amambay Digital.

Algo más que especulación inmobiliaria

Cuando a Ramón Benítez Larrea, 37 años, le ofrecieron G. 90 millones, más el pago de todas sus deudas, por una casita de madera en un barrio medio alejado del centro de Pedro Juan, él pensó que se trataba de un chiste de mal gusto. “Claro que quiero vender”, respondió sin pensar. Ramón se había quedado con deudas por la larga enfermedad de su madre, con unas semanas en Terapia Intensiva. Vendedor desde los 7 años -de frutas, panchos, quiniela, café, Lotería paraguaya…-, estaba seguro de que unas transacciones acá, otras allá, le devolvería cierto bienestar que sintiera alguna vez como vendedor en Ciudad del Este. Así que nada le dijo a su esposa de aquella propuesta hasta que una “extraña” visita lo sacó de la incredulidad y lo sometió en el asombro. “Vinieron con toda la plata y la propuesta de pago de todas mis deudas”, recuerda abriendo los ojos de incredulidad. Cuando les pidió tiempo para pensarlo, uno de los procuradores le dijo: “vos diste tu palabra, con esta gente no se juega”. Locuaz, acostumbrado a vender, a adaptar un discurso de acuerdo a la cara del cliente, aquella vez Ramón quedó tieso, mudo y “che piri mba’eite”. Ramón arregló el retorno de su esposa y sus hijas a la casa de la abuela materna (en el campo) y él alquiló una pieza de un hospedaje en el centro de la ciudad, cerca de la línea fronteriza donde, por ahora, vende parabrisas con precios “de acuerdo a la cara del cliente”. “Voce sabe, ne”, comenta con dejo vivaz.

La compra de propiedades es la forma más común de reinversión –lavado de dinero también le dicen- del narcotráfico y otros negocios de frontera. Esta explosión de los negocios ha generado una especulación inmobiliaria jamás vista en Pedro Juan Caballero. “Hasta 100 mil dólares se ofrecen por terrenos en el centro”, asegura el periodista Aníbal Gómez.

Con esta explosión de capitales, el paisaje urbano de Pedro Juan ha dejado atrás sus adoquines, su antigua terminal, sus calles de tierra, su mercadito y ya pocos recuerdan que hasta los ’70, en un enorme cordón de carretas, familias enteras iban hasta Concepción con yerba mate. A la vuelta las carretas venían cargadas de aceite, arroz, fideos, harina. Una escultura en la hermosa laguna Ponta Porâ nos remonta a esos tiempos, confrontando con el paisaje actual dominado por el enjambre de coches y motos, casas comerciales, financieras, universidades privadas, enorme feria en la línea fronteriza y una coqueta terminal a la que se llega por una amplia avenida asfaltada. En el centro de la avenida, un caminero de adoquines y árboles de un verde intenso nos recuerdan que, aunque la mayoría transite en coches y motos, hay todavía espacio y tiempo para la caminata y la contemplación.

Comercios en la línea fronteriza. Foto: Pedro Juan Digital.

Comercios en la línea fronteriza. Foto: Pedro Juan Digital.

El “progreso”

“Acá, si no estás en algo raro, nada de te va pasar”, determina abruptamente Ramona Aquino, dueña de un puesto de venta de relojes, lentes, ropas, bijuteríes, en las galerías de la línea fronteriza. “Yo trabajo hace 21 años en venta. Mirá cómo yo estoy. Tengo una linda casa y un auto de lujo con mi esfuerzo”, comenta orgullosa de haber criado a tres hijos jóvenes que ahora “van a colegios privados”. 21 años atrás, al igual que Lucio con su carrito de hamburguesas, ella comenzó con un puestito de ventas de ropa debajo de una carpa. Cada vez que llovía, debía recoger sus bártulos y buscar refugio. Ahora ocupa uno de los salones de la feria: unas instalaciones de aire práctico y modernista que la municipalidad plantó –con varios organismos cooperantes- en más de cuatro cuadras en la línea fronteriza.

Alcaráz fue acribillado frente a su vivienda. Foto: Pedro Juan Digital.

Alcaráz fue acribillado frente a su vivienda. Foto: Pedro Juan Digital.

Quién mató a Fausto

La sala de entrada del bar se inunda de gente. Nuestro entrevistado, inquieto, recorre las mesas principales con una mirada precisa. Con esa misma mirada registra la mesa de entrevista: “nada de anotaciones ni grabaciones”, exige. Deja de hacer gestos grandilocuentes. Se cruza las piernas, pasea de nuevo la mano por el cabello y encorva el cuerpo sobre la mesa. Es como si repentinamente se volviera inseguro al no poder controlar “los cien metros” por tanta gente alrededor. El tufillo medroso vuelve más íntima la conversación.

-Entonces, vos qué sabés tanto de este mundo, ¿podrías decirnos quién mató a Fausto (Alcaraz)?

Silencio. Retoma su rostro parco, su mirada en el vacío. Se pasea las manos por el pelo otra vez. Levanta la cabeza y por primera vez mira al rostro, desde lejos, desde arriba y, como deletreando, dispara: “Yo no te voy a decir quién mató a Fausto…».

Fausto Alcaráz tenía uno de los programas radiales más importantes de Pedro Juan. Foto de su perfil de FB.

Fausto Alcaráz tenía uno de los programas radiales más importantes de Pedro Juan. Foto de su perfil de FB.

El periodista Fausto Gabriel Alcaraz también pensaba como Ramona Aquino: “no te vayas a preocupar, solo se le mata a la gente que está en cosas malas”, le decía a su hermana mayor Nidia, cada vez que esta le expresaba su preocupación por las denuncias que él hacía por la radio.

¿En qué cosas malas andaba Fausto?

Ese mediodía de sol limpio, Fausto había terminado su programa mañanero con la misma expectativa de siempre: llegar a su casa, almorzar, ubicarse en la sala, prender la televisión, mirar “Cidade en alerta” y otro programa brasilero de sucesos que “eran su modelo de periodismo”, al decir de Nidia.

Al frente del micrófono, Fausto, 28 años, estaba en su auge. Tomado por la fiebre de la primicia de los sucesos, de las muertes, de las denuncias de casos administrativos de la ciudad y del departamento, se lo sentía excitado por el rápido ascenso en la audiencia de la mañana en la radio Amambay, del senador Robert Acevedo, casado con su prima. Su rutina se interrumpió drásticamente cuando, ya en su casa, lo llenaron de balas.

“Me quedé sin un brazo, sin una pierna”, se lamenta la madre de Fausto, mujer macerada con esa piel polvo negruzco de Puerto Casado, donde nació y vivió hasta los 20 años.  Al hijo mayor, Adolfo, una bomba casera lo destruyó en la cárcel y hace seis años que su marido está con alzheimer. A Adolfo y Aníbal lo habían acusado –luego lo eximieron por falta de pruebas- de la muerte de un joven del anterior barrio donde vivían. Aníbal pudo salir de la cárcel con vida pero Adolfo murió en urgencias médicas, con el abdomen acribillado por los rastrojos de la bomba.

Por suerte -nos dice Nidia-, la madre cree en esa historia de que cuando llega la hora de morir es inevitable. Esta creencia atenúa su penar, la redime de culpas, pero no del duelo profundo que anida, crece y se agazapa en su rutina diaria de cuidar a su esposo desvalido y de preparar la comida familiar.

Ponta Pora es la ciudad que convive con la Pedro Juan. Foto: Rufo Diana.

Ponta Porã es la ciudad que convive con la Pedro Juan, separados solos por una línea de concreto. Foto: Rufo Diana.

Qué pasó con Fausto Gabriel

En Pedro Juan Caballero mucha gente asume que “todo se sabe”. Aunque en la ciudad ya habitan más de 80.000 personas, el intendente de la ciudad José Carlos Acevedo es el primero en alimentar esta idea.  “Si usted se queda ocho días en la ciudad, ya todos sabrán dónde reside y qué está haciendo. La Policía sabe también todo, pero nada hace”, dispara el intendente.

Para el periodista Aníbal Gómez, Fausto Gabriel es una víctima más de la guerra que su ex patrón, Robert Acevedo, desata con otros poderosos. Aníbal Gómez trabaja actualmente en la radio y televisión América, del gobernador Pedro González, adversario declarado del senador Robert Acevedo. “Fausto era la voz de Acevedo en la radio”, nos cuenta otra fuente, un antiguo periodista.

¿Pero por qué lo mataron?

Silencio. Mira a los costados como si lo estuvieran persiguiendo.

-¿Bueno, por lo menos, por qué la guerra?

-Y… (le cuesta sostener la mirada) No sé, no sé, creo que debe haber un solo jefe.

¿Jefe político?

Sí.

Aquella siesta, Fausto Gabriel cerró «De frente a la mañana», su programa en la emisora Radio Amambay 570 AM, sin pensar en grandes novedades. Andaba afligido más bien por el sobrepeso. Todas las mañanas frente al micrófono, la tele y la computadora a la tarde, más el pegarse el gusto con la comida eran hábitos que no lo ayudaban mucho en su afán de bajar la grasa. Algo debía hacer al respecto, se había dicho, y tomó cita con una nutricionista. Pero ese viernes 16 de mayo, con 12 balas de 9 y 40 milímetros en el cuerpo, no tuvo tiempo de cumplir la dieta. El parte policial pondría en observación como supuestos autores a “dos sujetos desconocidos, a bordo de una motocicleta, presumiblemente marca Honda, modelo CB 300CC, color amarillo, ambos con cascos protectores”.

De todas las muertes producidas en el departamento de Amambay, de acuerdo con el reporte policial, de enero a fines de mayo, 30 personas habrían caído víctimas de los pistoleros. La modalidad más extendida es la de impactar el cuerpo desde unas motos, aunque también hay registros de ahorcamiento y suicidio. Muy poca gente se salva de los atentados.

-¿Quién mató a Fausto Alcaraz?

No te puedo decir quién mató a Fausto, pero…

-Pero qué

Pero te puedo decir quién mandó matarlo.

-Quién…

El bar parece un zótano. Las primeras gotas  de lluvia se aplastan contra el techo de cinc. Ya no se escuchan la sertaneja ni el ruido de los motores. Las luces opacas del bar abrigan el refugio de la expectación. Eso sale muy caro…Demasiado caro, no creo que tengas el dinero para pagarlo.

-Ndera, por qué así.

Se levanta. Se acomoda el cinto y lo que éste ataja. “Si tenés algo que ofrecer, podemos hablar mañana”. Se despide. Se va. La lluvia avanza. No hay colectivos en Pedro Juan. El taxi cuesta muy caro. Y el bar no tiene Pilsen.  

Carretas yerbateras en los inicios de Pedro Juan Caballero.

Carretas yerbateras en los inicios de Pedro Juan Caballero.

Monumento a los carreteros, frente a la laguna artificial de la ciudad, quienes dieron inicio a la actual ciudad fronteriza. Foto: Amambay Digital.

Monumento a los carreteros, frente a la laguna artificial de la ciudad, quienes dieron inicio a la actual ciudad fronteriza. Foto: Amambay Digital.

Centro de Pedro Juan. Foto: Rufo Diana.

Centro de Pedro Juan. Foto: Rufo Diana.

El producto del campo, fresco, intenso, en la feria de los sábados. Foto: Rufo Diana.

El producto del campo, fresco, intenso, en la feria de los sábados. Foto: Rufo Diana.

Foto: Casino de Amambay.

Foto: Casino de Amambay.

 

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