
Los alquileres en Asunción están por las nubes
Rosa Samaniego, 27 años, está muy contenta. Ha conseguido, con una amiga, una casita, de dos piezas y un patiecito por G. 1.500.000. Le falta un poco de pintura, algo de arreglo a las cañerías, pero está en el centro, “cerquita de mi trabajo. Es lo que pudimos conseguir. Yo no me hallo en departamentos”, nos cuenta.
Dos meses le llevó encontrar algo que le satisfaga mínimamente. Los arreglos, le dijo la dueña, corren por su cuenta. “Si quieren así, lo alquilan así”, escuchó al otro lado de su teléfono celular.
Montserrat F. cree haber tenido mucha suerte. Seis meses de buscar una casita, encontró, hace un año, algo por G. 1.300.000, en Ayolas casi Ygatimi. “Pagamos a hora y pagamos los arreglos por temor a que nos corten el contrato”. Todo por no volver a sufrir un verdadero viacrucis buscando, con sus dos bebas, otro lugar. “Demasiado estresa”.
Es una casita también de dos piezas y un patiecito. En el fondo, detrás de la muralla, otra casita, habitada también por trabajadores que “salen muy temprano y llegan muy tarde”.
La ciudad se ha vuelto muy cara. “Ya no tenemos nada para vos”, comenta una agente de alquileres de Jariton a un antiguo inquilino. Menos de 900.000 (mitad del salario mínimo legal), casi ya nada en los departamentos, en el centro de la ciudad. Salvo un monoambiente que le ofrecen por G. 750.000
Una casa confortable, de tres piezas, con algo de patio, ya es muy difícil encontrar por menos de G. 2.000.000.

Todos los días miles de trabajadores entran al centro de la ciudad. La mayoría debe buscar un lugar para vivir en las afueras. Foto: Mónica Omayra.
Por eso muchos inquilinos se aferran a lo que tienen. Tratan de pagar a hora y de renovar sus contratos, nos cuenta Soledad Rodríguez, agente de alquileres. “De repente, eso les hace pensar también a los propietarios, aunque haya mucha demanda”.
En relación con las casas, aparece un elemento que influye sobremanera en los precios. La señora Marta Samaniego, propietaria de tres casas de la ciudad, nos cuenta que el impuesto inmobiliario está altísimo. “¿Qué podemos hacer si no subir los alquileres?”, se pregunta.
Ocurre como con el IVA, que finalmente se transfiere a los consumidores.
A Marta García, inquilina antigua de la ciudad, esta explicación le parece atendible, pero “por qué nosotros tenemos que cargar con todo”. “Siempre, siempre, con todo. Los inquilinos (ella no se acuerda haber vivido jamás fuera de alquileres) no tenemos derecho alguno. Todos los derechos son de los propietarios. Por eso, yo firmo ya casi sin mirar los contratos. Todo los derechos para ellos y nada para nosotros. Pucha…”
Las oficinas comerciales
Lourdes Cáceres abre su local de internet, impresión, diseño y reparación, de 8 de la mañana a 20 de la noche. Con su pareja, Mauro Román Araujo, mantienen con mucha vida el local. Por un espacio estrechísimo, en el segundo piso del Supercentro, pagan G. 1.600.000. Con los servicios, «calculale 2.000.000», cuenta Lourdes.
-¿Y salvan?
Sí, salvamos, por la variedad de servicios. Mauro repara computadoras. Y bueno, y porque somos solo dos.
El precio que pagan es el mínimo del predio general. En la calle, los negocios que dan a la calle cuestan alrededor de G. 3.000.000. Ellos, como la mayoría de la gente que alquila este tipo de predios, solo vienen a Asunción a trabajar. Ni se les pasó nunca por la cabeza alquilarse algo cerca del trabajo. Lourdes mira y trata de recordar. Su respuesta es inapelable: «No».
La ciudad que “duerme”
Contrariamente al fenómeno de las ciudades del departamento Central, Asunción, en sus antiguas monturas, no crece demográficamente. Hay gente que incluso asegura que habitacionalmente decrece, pero los registros son muy pobres. En esta percepción no aparecen, por ejemplo, los hacinados barrios rivereños, denominados Bañados. Pero es cierto, en la composición antigua de los barrios de ciudad ha habido más destierro que aglomeración. Esta realidad es muy evidente por las noches, noches desiertas por las calles del microcentro. Ese mundo de gente que inunda desde las 07.00, desaparece, ya completamente, a las 21.00. La mayoría de los trabajadores viven en las afueras, soportan dos horas a tres horas de colectivo (ida y vuelta) o un “tremendo estrés” (al decir de Beto Solalinde) en el auto. “No sé cómo será en moto”, reflexiona. En moto todo se hace más rápido, responde David Soloaga, aunque –y ahora, luego de dos accidentes lo reconoce- es “muy peligroso”.
Comprarse una casa, «un imposible»
Si aguantar los alquileres de la ciudad ya aparece como una dificultad muy grande para las familias de trabajadores, de comprar “olvídate”, se repite Marta.
Una casa que hace diez años costaba G. 200.000.000, en algún barrio asunceno, hoy es muy difícil encontrarse con algo menos de G. 500.000.000. Igual cosa ocurre con los departamentos. 10 años atrás, un departamento sencillo, de dos piezas, (de acuerdo a la zona, por supuesto) rondaba los 25 a 30 mil dólares. Este precio ha disparado a 50 mil o más. Ni hablemos de las zonas de Villamorra, Carmelitas, Barrio Jara, una parte de Trinidad…
Oferta y demanda
La demanda de alquileres y de predios ha aumentado significativamente los precios de la ciudad. “Por eso hay que pensar en ciudades para arriba”, comenta el arquitecto Víctor González, responsable de la construcción del Word Trade Center y en “planes para los trabajadores…” Es posible, afirma, es posible, y comenta que en Uruguay actualmente la mayor parte de los emprendimientos inmobiliarios ya está dirigida a este sector. Y que en Brasil, con estos planes, se hicieron alrededor de cuatro millones de viviendas.
“Sube todo porque hay mucha demanda”, se repite.