26 Dic La transición democrática y una literatura que permanece exiliada de lectores
Hace unos años publiqué con la Editorial Arandurä una selección de ponencias presentadas en diferentes encuentros internacionales, con el título de Ñe’ë porä rapére, resumiendo un camino de observadora apasionada de nuestra literatura, que inicié en el campo del periodismo en la década del 80. Esta es la ponencia que abría el libro, presentada en España en 1999.
Augusto Roa Bastos, el escritor paraguayo que hizo con su obra una de las lecturas más profundas de la historia y la cultura del Paraguay, bautizó un día a este país como la “isla rodeada de tierra”. Otro importante escritor paraguayo, Carlos Villagra Marsal, se refirió cierta vez a las difíciles condiciones en que se desarrollaba la vida cultural del Paraguay durante los años de Stroessner, acuñando la expresión “el pozo cultural”. El aislamiento ha marcado toda la historia del Paraguay, acentuándose en algunos periodos como la dictadura que culminó en 1989. Fue tal vez, uno de los factores que influyeron en forma más negativa en el desarrollo social, político, económico y cultural del país, durante las últimas décadas.
Echando una mirada rápida a lo que dejaron los 35 años de Stroessner al Paraguay, el panorama es lastimoso: índices paupérrimos sobre el grado de escolarización y de rendimiento escolar; un hábito de la lectura que se había reducido a una pequeña minoría ilustrada; persecuciones, censuras y proscripciones, dentro de un paisaje de verdadera orfandad cultural. La literatura paraguaya sufría un exilio interior y un exilio exterior, resistía entre la falta de aire y la falta de comunicación.
Desnudando las iniquidades
La apertura democrática instauró nuevas condiciones que afectaron no solamente a la literatura, sino también a la actividad artística e intelectual, y especialmente a los medios de comunicación en el Paraguay que iniciaron un proceso de gran expansión. La recuperación de las libertades cívicas significó en primer lugar la eliminación de las sentidas exclusiones que pesaron en el proceso cultural paraguayo especialmente a partir de los 70, el fin de la proscripción de importantes figuras de la literatura paraguaya como Augusto Roa Bastos, Rubén Bareiro Saguier y Elvio Romero. Si bien esta proscripción se había vuelto un tanto vulnerable en los últimos años de la dictadura de Stroessner, la reinserción definitiva de estas figuras a la vida cultural paraguaya se inició solo después de aquella noche de febrero del 89 que alguien bautizó como “La noche de la Candelaria” y que cambió la historia del país.
En segundo lugar, la recuperación de la libertad de expresión fue un elemento fundamental que afectó indiscutiblemente a la literatura de la transición, la cual conoció a partir de entonces no sólo un crecimiento en cantidad, sino en contenidos que hasta entonces eran poco tratados, por el riesgo latente que el régimen imponía sobre los mismos. Esta nueva época, que suele denominarse “de la apertura”, ciertamente significó empezar a abrir las puertas del Paraguay, hacia adentro y hacia afuera.
En el aspecto cuantitativo, la literatura participó de un crecimiento sin precedentes de las ediciones de libros, las cuales llegaron al cabo de tres años, a cerca de trescientos títulos lanzados. Las tiradas de libros llegaron a tantear la cifra de mil ejemplares para algunos poemarios y a arriesgarse con dos o más miles con ciertos libros de narrativa, en esos primeros años. Estos números que a ustedes les resultarán risibles, significaron sin embargo un notable progreso para las ediciones paraguayas, sobre los años en los cuales lanzar un libro de trescientos ejemplares era un emprendimiento atrevido y romántico, cuando los títulos lanzados anualmente no llegaban a los doscientos.
En cuanto a los temas transitados por los escritores paraguayos a partir del 89, la visión literaria sobre los años pasados empezó a aparecer en novelas como Celda 12 de Moncho Azuaga, Por el ojo de la cerradura de Renée Ferrer, Esta zanja está ocupada de Raquel Saguier, Stroessner roto de Jorge Canese, Diálogos prohibidos y circulares de Jesús Ruiz Nestoza, El caballo del comisario de Carlos Garcete y otras que se fueron sumando más recientemente. Estas obras desnudan las iniquidades sociales, los valores patriarcales y machistas, la cultura autoritaria, en suma, que había encontrado en Stroessner un eficaz defensor (promotor??).
Dice Teresa Méndez Faith en su libro Narrativa paraguaya de ayer y de hoy que “durante los últimos 15 años han aparecido algunas obras que exploran en profundidad ciertas llagas dolorosas de la realidad paraguaya y en donde la crítica se vuelve denuncia condenatoria del régimen dictatorial, represivo y asfixiante de más de tres décadas”. Pero esta línea denunciadora se hizo más fuerte y clara después del golpe del 89.
Naturalmente, la buena racha editorial fue aprovechada también por los poetas como José Luis Appleyard, Oscar Ferreiro, Jacobo Rauskin, Víctor Casartelli, Mario Casartelli, William Bécker y otros, cuya presencia a través de publicaciones se hizo más notoria en este tiempo. A otros, cuya labor ocupa terrenos específicos, me referiré en forma separada.
La irrupción de la mujer
Dentro de este reverdecer inusitado de la literatura, hay que destacar el importante capítulo de la literatura de mujeres, que mereció antologías y estudios especializados. En realidad, la literatura de mujeres venía tomando impulso desde varios lustros antes de la apertura democrática, en un proceso que es analizado por Josefina Plá en su libro Voces femeninas en la poesía paraguaya. En el texto introductorio de este libro, decía la autora: “En pocos aspectos como en la poesía de pluma de mujer se hace patente al que entra en el campo del análisis de los cómo y porqués de esta literatura, el desamparo en que por décadas se ha mantenido esta lírica, librada a la conjugación de sus propios elementos, en un penoso girar de noria sobre la misma huella. Sin embargo, la perseverancia de unas pocas ha conseguido abrir brecha en el muro aislador, y hoy ya el nombre de algunas de estas escritoras es objeto de atención en el exterior”.
Ya en los años de la transición, las creaciones literarias de escritoras paraguayas merecieron otras antologías como la de Miguel Angel Fernández y Renée Ferrer: Poetisas del Paraguay, publicada por Torremozas, en 1992. El español José Vicente Peiró y el paraguayo Guido Rodríguez Alcalá presentaron recientemente la antología Narradoras paraguayas, editada por Expolibro y la Sociedad de Escritores del Paraguay, y un poco antes, la norteamericana Susan Smith Nash puso a consideración del público norteamericano el volumen First light. An anthology of paraguayan women writers, en idioma inglés, como el título lo sugiere, publicado por La Universidad de Oklahoma y otras instituciones.
Entre las escritoras que ya habían iniciado camino en los años anteriores, y que reafirmaron su buena marcha en este nuevo tiempo, podemos citar a Renée Ferrer, Gladys Carmagnola, Raquel Saguier, Lourdes Espínola, Yula Riquelme de Molinas, Raquel Chaves, Dirma Pardo, Maybell Lebrón, Lucy Mendonca de Spinzi, Margarita Prieto Yegros, Sara Karlik, Nila López y otras, sin mencionar a las pioneras de este surco femenino. A ellas se sumaron en estos años Delfina Acosta, Lita Pérez Cáceres, Susana Riquelme de Bisso, Luisa Moreno de Gabaglio, Chiquita Barreto, Mabel Pedrozo, Milia Gayoso, Gloria Paiva, Elinor Puschkarevich y otras.
En el estudio que acompaña la antología de Peiró y Rodríguez Alcalá, luego de un profuso análisis del proceso mostrado por las narradoras paraguayas durante las últimas décadas, los autores concluyen: “la irrupción a gran escala de la mujer ha sido uno de los fenómenos más importantes que se han producido en los últimos años en el panorama de la narrativa paraguaya, hecho que confirma el que se va produciendo en muchísimos países.(…) No es que su condición femenina tenga un interés complementario en la relación entre autor y lector, ni que se ignore su obvia orientación reivindicativa de feminismo en la escritura; lo que se subraya es que esos elementos no son la razón principal que justifica la obra, sino su intrínseca calidad y el rigor en que las más destacables se suelen apoyar”.
La literatura en guaraní
Otro capítulo digno de ser destacado es el paulatino florecimiento de la literatura en guaraní, que fue tomando fuerza a partir de un hecho histórico, fundamental para una verdadera recuperación cultural del Paraguay: el reconocimiento del guaraní como lengua oficial, en igualdad de condiciones con el castellano, en la nueva Constitución Nacional promulgada en 1992. Este reconocimiento, potenciado luego por la implementación de la Reforma Educativa que empezó a aplicar un Programa de Alfabetización Bilingüe, dio un gran aliento a quienes cultivaban la palabra escrita, en esta lengua.
El Taller de Poesía “Manuel Ortiz Guerrero”, muy identificado con la promoción literaria del 80, había cobijado los primeros pasos de varios poetas de lengua guaraní: Miguel Angel Meza, Ramón Silva, Mario Rubén Alvarez, Sabino Giménez y quien les habla. Por ahí cerca, caminaban también Feliciano Acosta y Zenón Bogado Rolón. Pero nos habían abierto el surco escritores y poetas de las anteriores generaciones, como Félix de Guarania, Carlos Martínez Gamba, Carlos Federico Abente y Rudi Torga, sin ir tampoco esta vez demasiado atrás.
Puedo afirmar en mi caso, que la decisión de sacar a la luz mis poemas en guaraní me costó mucho más que mostrar mis poemas en castellano. Pesaba un gran desprecio sobre la idea de escribir en una lengua de preferente empleo oral, con muy escasos lectores. Pero el acto de escribir en la lengua materna tiene el sabor de una reconciliación profunda, irrenunciable, para un escritor. Y además, creemos que la lengua guaraní, como cualquier lengua del mundo, merece la escritura.
Los escritores en lengua guaraní fuimos engrosando de a poco, la bibliografía literaria de esta lengua. A nosotros se fueron sumando otros más como Lilian Sosa, David Galeano Oliveira, Domingo Aguilera y Wilfrido Acosta. Y los cultores de la palabra escrita en esta lengua no acaban ni mucho menos en los que han editado libros. Los concursos literarios y otras experiencias de conocimiento suelen mostrar a una verdadera legión de escritores campesinos de lengua guaraní, los cuales, en la mayoría de los casos, no pueden siquiera considerar la posibilidad de publicar un libro. Disponen apenas de algunas modestas publicaciones populares y algún espacio esporádico en los diarios capitalinos, mientras contribuyen al vivo asombro de los investigadores de una lengua indígena que ha llegado a los tramos finales de este siglo XX con un vigor que encuentra pocos parangones.
Sobre el fin de los 90
La efervescencia de los primeros años de la transición se ha ido aplacando por muchas razones, algunas de las cuales mencionaremos aquí. La Reforma ha obtenido importantes logros, pero su potencialidad es entorpecida por las grandes dificultades enfrentadas para cubrir los costos de este Plan, que incluyen la creación de nuevos textos y materiales educativos, la capacitación de los maestros en los nuevos programas, etcétera.
La crisis económica cambió el rumbo auspicioso que estaba tomando la producción literaria en el Paraguay. El creciente aumento en el costo de los insumos desestabilizó el incipiente desarrollo de las editoras nacionales. Las ediciones volvieron a convertirse en una meta difícil para los escritores. Las publicaciones de textos literarios disminuyeron nuevamente y aumentaron ligeramente las ediciones de autor. Las tiradas marcaron un tope de los mil ejemplares en los títulos de narrativa y que no supera los quinientos para los de poesía. Las revistas literarias, que siempre tuvieron una vida corta y sufrida en el Paraguay, desaparecieron por completo en estos años.
En esta década que está culminando se dieron a conocer muchos nuevos escritores en el Paraguay, pero entre ellos siguieron destacándose las escritoras. Un buen número de éstas mantienen activo el único taller literario que ha sobrevivido la transición, conducido por el escritor Hugo Rodríguez Alcalá, el cual ya ha dado a conocer siete volúmenes colectivos de cuentos. Otros talleres y cursos de literatura intentados en los últimos años no avanzaron más que un breve trecho. La nueva camada de escritores muestra un comportamiento muy distinto al de las generaciones anteriores: en su mayoría no están nucleados alrededor de talleres o grupos literarios y se van dando a conocer -se diría que con una timidez mucho mayor a la de sus predecesores-, en forma individual y aislada. Dentro de esta novísima generación, se perfilan con una definida vocación Iván González, María Elina Pereira, Sonia Esquivel, Fernando Pistilli, Anuncio Martí, Miguel Caballero Mora, Ricardo Benítez, Roque Jara, César Fleitas y Francesco Gallarini. En un artículo que escribí hace un tiempo, decía que “Estos poetas hablan un lenguaje permeado por los códigos del cine, el comic, la televisión, para referirse a las nuevas angustias de una sociedad que vive todas las cosas como si fuera el último sorbo vital, y a la vieja y siempre renovada espina de la soledad”.
Pero si las condiciones económicas han desfavorecido por completo a la vitalidad de la literatura en los últimos años, otras condiciones, derivadas de la situación política y social del país, tampoco le fueron propicias. La conquista de algunas herramientas importantes para el desarrollo cultural, como la Reforma Educativa, no fueron suficientes hasta ahora, para generar la receptividad que sigue esperando la literatura paraguaya. Esta Reforma, uno de cuyos ejes principales fue la puesta en marcha del Programa de Alfabetización Bilingüe, ha logrado aumentar los índices de retención y rendimiento escolar del 51 al 62 y del 46 al 55%, respectivamente. Sin embargo, subsiste un 14% de analfabetismo y las perspectivas no son muy alentadoras cuando el presupuesto otorgado a la educación no supera todavía el 4,5% del PIB, siendo del 7% el mínimo recomendado por la UNESCO. Mientras los programas de educación secundaria no contemplan todavía una materia de literatura paraguaya, la eficacia de la nueva educación continúa lejos de poder generar el hábito de la lectura que necesita la literatura, no solamente para salvarse de su soliloquio, sino también el país, para superar el atraso en que permanece sumido. El número de lectores habituales de literatura en el Paraguay se estima en unas 1000 personas.
La resistencia de la literatura y los libros
Frente a este panorama que no hace falta calificar, además de la Reforma y otros instrumentos nuevos creados en los últimos años, se levantan algunas iniciativas que tratan de revertir en creatividad y hechos, la precariedad, que tratan de abonar el verdadero cambio cultural, que todavía no ha llegado al Paraguay.
El Paraguay es un país sin lectores donde, sin embargo, instituciones y entidades de diverso carácter están abriendo bibliotecas; donde los editores y libreros vienen realizando anualmente unas ferias de libros en las que por poco se ven más expositores que público, y se están lanzando con esfuerzo a tentar los mercados del exterior; donde todos quienes están involucrados en la producción de libros esperan ansiosos la promulgación de la Ley del Libro que el Parlamento tiene en sus manos, una herramienta que le abrirá nuevas posibilidades al libro en este país.
El Paraguay es un país al que llegan cada vez más estudiosos de la literatura, manifestando su interés por “ver lo que tiene el país de Roa Bastos”, en que los escritores que no sean el mencionado y dos o tres más, empiezan a merecer traducciones a otras lenguas; un país que empieza a ser mirado en los encuentros como éste; un país que empieza a salir del pozo.
El Paraguay es un país sin lectores, donde en estos tiempos de internet y de consumismo galopante, en que todo pareciera estar contra esta vocación, se sigue creando literatura. Una literatura que tal vez, más que ninguna otra, crece de espaldas a los mandatos del marketing, porque se ocupa muy poco de las tendencias que el mundo muestra actualmente y sigue haciendo su camino solitario, produciendo como siempre, montañas de poesía, el género menos vendible en Paraguay o en cualquier parte del mundo. Es un país en el que hoy, en los umbrales del tercer milenio, se escriben poemas como éste, de Iván González (1996: 36):
Algo así como la sabiduría
de las lágrimas
como el filo seguro
de los alvéolos
como el bostezo estéril
de las puertas
algo así me roba el reloj
de la muñeca
sólo para arrojarlo
por la ventana
y se lo lleve un niño
de paso
O como éste, de Heddy Benítez, una poeta que llegó con madurez de mujer a estos primeros versos impresos (1998: 93):
Azul es la cuerda fugitiva
en el vuelo de un pájaro;
y estas piedras azules
que pusiste en mis manos
repiten el infinito en su historia
y afirman la belleza de un rayo
en su mortal caída.
Azul es el color en tus pinceles.
En una situación que, lamentablemente, se parece mucho a la que vivía durante la dictadura, la literatura paraguaya continúa exiliada de sus posibles lectores. Y sin embargo, vive, camina a su propio tranco, golpea puertas, dice su visión del mundo e interpreta su tiempo, aunque muy pocos escuchen su palabra.
• Jornadas sobre “Paraguay, 10 años de democracia”, Casa de América, Madrid, España, 1999.
*Es poeta, periodista y escritora, Premio Nacional de Literatura en 2017.
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