Donde llueve la fe, dos puestas de teatro transformador

Dos obras, cargadas de una magia en la que creemos, y otra, con una naturalidad que provoca electrochoques al corazón, son “A donde el viento me lleve” y “¡Finca la fe!”.

Ambas duelen, ríen, lloran y dejan salir esa cuota de aire atorado en la garganta; provocan deleite por su ejecución y generan eso que el arte debería hacer más a menudo.

Ambas continúan este fin de semana.

 

Por Carlos Cañete Villamayor

 

Hoy es 16 de junio. Cayó la noche y sigue lloviendo. Tu ahora para leer estas líneas será el que disponga la pantalla, tu intención y, por sobre todo, tu voluntad. Procurando algo más de organicidad y humanidad, ensayo el ejercicio del tiempo.

No se preocupen, les estoy escribiendo una reseña, también. La tristeza sopesa en un vértigo de agua y celebración.

Como artista, más aún, escritor en frecuente autosabotaje, los compañeros y compañeras esperan alguna opinión oficial. A veces, no es fácil comenzar, pero una vez arranca la función, el peso que cuelga sobre los hombros, afloja.

Dos obras con pasajes dramatúrgicos magistrales. No es exageración.

Les planteo un ejercicio y luego de un par de minutos intentando escribir sobre lo más nimio o insignificante, quizá me concedan la razón,

Quizá, no, pero eso no importa.

“A donde el viento me lleve” estrenó hace tres semanas, en el Arlequín teatro, con un elenco potente.

En el papel del viento loco, Hugo Mato se desmarca de la línea costumbrista y ese código pesado -al inicio- propio del realismo mágico e instala un código distinto; desde lo corporal, vocal e interpretativo: Es un viento plástico, sonoro y orgánico.

Para profundizar el análisis sobre el realismo mágico recuerden la primera vez que leyeron algo así. Esos cuentos o novelas de Gabriel García Márquez, Augusto Roa Bastos o Josefina Plá, donde no entendíamos porqué los personajes levitaban, aparecían fantasmas a tomar café o un pueblo de espectros emergía sobre las montañas.

La obra configura un mecanismo, basado en el costumbrismo, al que opone recursos estilísticos, que rompen esa monotonía. De hecho, el día del estreno la obra parecía estar condenada al aburrimiento, pero a los diez o quince minutos eso cambia; desaparece, como por arte de realismo mágico y uno era sumergido -sin saber cómo ocurrió-, mediante transiciones de comedia dramática, autocontemplación en el subtexto de los personajes y un elegante cinismo en los arquetipos dibujados por la dramaturga, Delfina Acosta, a una diégesis fantástica.

Como la vieja Luvina o ese Macondo donde confluyen todos los espíritus de mal augurio, la ciudad de Villeta aparece con sus chismosas, fantasmas, gente detenida en el tiempo, detenida esperando eso que podría cambiar sus vidas.

La dirección impecable, de Ariel Galeano y Ronald von Knobloch, no podría ser mucho menos que lo esperado, observando este espectador ciego, los matices de cada uno, en esa línea tan clásica que nos regala Ariel y esa construcción desde el sonido, que tan bien le sale a Ronald.

De hecho, el diseño de sonido, las interpretaciones en coro, donde las voces de tan buenos intérpretes, transmitiendo mucha ternura y melancolía, resaltaron en la puesta.

Fue necesario repetir algunos pases dramáticos, para darle al texto, que era muy corto, esa dosis de cansancio que soportaban los personajes y, por sobre todo, para aumentar la tensión de un final anunciado, como aquellas crónicas sobre una muerte.

En este caso es la vida, con la lluvia; como la que cae ahora, la que vino a desatar esa tristeza.

Bravísimos los actores y las actrices. Ya les dije a algunos lo que pienso, pero por acá lo dejo asentado: Su trabajo es impecable. Cuidado con los finales de frase -una cosa es el cansancio, el hartazgo, la rutina de un pueblo desdibujado y otra cosa es sostener la tensión dramática desde la prosa-.

Las intervenciones corales, estupendas, así como el manejo de los planos y matices del sonido.

Como observación particular, la anunciación del personaje que llega desde Asunción no era necesaria.

“A donde el viento me lleve” continúa con funciones en el Arlequín Teatro, los viernes y sábados a las 21:00 y los domingos a las 20:00.

El costo de las entradas es de G. 90.000 y una promoción de dos por G. 160.000.

Integran el elenco: Maggy Rojas, María Liz Barrios, Caro Castillo, Dai Acosta, Augusto Toranzos y Hugo Matto.

Vayan, véanla, escúchenla y déjense atravesar por la magia de un texto que vale toda la pena, la espera y también la lluvia.

Fotos: Gentileza Teatro Arlequín.

 

“¡Finca la fe!”

Una semana después de ese estreno, fui a ver otro.

“Quien como tú…”, diría Ana Gabriel.

En este caso es Alan Sutton, con sus criaturitas de la ansiedad, quien me dice y a todos los espectadores: “No tengo hambre, tengo ansiedad”.

Así empieza la obra. Fantástico.

Erik Gehre debuta como dramaturgo -al menos en una obra de este calibre y extensión- y debo decir que sus palabras tan sinceras y ese acabado en la ejecución de la prosa me provocaron un espasmo emocional.

Uso estas palabras porque no encuentro otras.

Viajaba por “Los renglones torcidos de Dios”, de Torcuato Luca De Tena, incluso por la saga de “Harry Potter”, de quien Erik es muy fanático y reconocí esas referencias a la hora de armar las escenas corales en esos dormitorios de un centro de rehabilitación, donde la fe, así la fe en serio, nunca aparece.

Aparece la verdad, el dolor, el doble discurso y en cada monólogo catártico aparecía una cruda situación que es necesario conversar, plantear y dejar de esconder.

La salud mental no debería ser un tema tabú y debemos brindarle nuestra máxima consideración.

La adicción, en cualquiera de sus formas, no es una maldición al ostracismo social y debería ser, justamente, una oportunidad de re habilitar nuestras capacidades, nuestra empatía y nuestra dignidad.

Acá también, los arquetipos están muy bien dibujados. No se cae en el error de estereotipar ni las situaciones, ni a los personajes; sino más bien, se les confiere humanidad y excelente organicidad desde la ejecución actoral.

La mano, la cabeza y todo el cuerpo de la directora, Mafe Mieres, se ve y se siente, como una hinchada de partido de fútbol.

Destaco las interpretaciones de Ernesto Duarte, Julio Petrovich y Rosana Bellasai -quien si bien aparece muy poco, logra desde una voz muy dulce y un quiebre en el arco de su personaje; al final, subrayar la premisa de que no hay personaje chiquito.

Me detengo especialmente en Luis López, a quien el autor le regaló la chance de hacer un personaje lleno de matices, lejos de un rol maniqueísta, el personaje de Carlos es el más humano de la finca.

La obra es larga. No sé si le sacaron algunas redundancias, pero espero que mucha gente la pueda sentir, porque en la brillantez de su puesta, en la conexión entre los actores y la disposición de la sala, encuentra los lugares justos donde lanzar su moraleja, su crítica y su aliento, que para mí, es lo más bello que nos regalaron.

Felicitaciones compañeros, felicitaciones a Mafe y a todo el equipo de producción.

Integran el elenco: Erik Gehre, Julio Petrovich, Pablo Ardissone, Rossana Bellassai, Joaquín Díaz Sacco, Juanpi Vargas, Luis López, Víctor Quiñonez, Ernesto Duarte, Jorge Flores, Maito López, Kevin Muller y Francisco Arredondo.

Las entradas generales cuestan G. 100.000. El número de contacto para reservas e informaciones es el 0982454967.

Agradecimiento fotografías: Juanjo Marín.

Acá sigue lloviendo y dicen que seguirá lloviendo toda la semana.

Ojalá pare porque el sábado tengo grabación y mañana, un estreno más (acá hay una elipsis temporal entre el primer borrador y el último corte que le estoy mandando al editor).

No sé si la tristeza se irá o reposará un rato más.

Mientras tanto voy a pensar en la fe y en algún viento loco que transforme en magia al naturalismo.…

 

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