
24 May Torín en Santa María
Amanece frio en Isla Bogado. Mi vecino Marcial me preguntó si tenía un trineo por si caiga nieve, «vos que viviste tantos años en la sierra», remató.
Y fue como hacerme despertar, porque mientras caminaba en la Plaza Trébol acompasaba mi andar con…
«Maria tuu que velas junto a mii, y ves el fuego de mi inquietuuu, María madree…
y como tenía el tapaorejas no me escuchaba, pero si Marcial y los otros vecinos que preparaban sus matulas para ir a feriar con las frutas.
Ayer y hace muchos años día de la Virgen hacíamos la peregrinación desde Coronel Oviedo hasta Santa María unos 12 Km.
La peregrinación se hacía por tradición, por ver el Torín o pagar promesas cumplidas ante la interseción de María.
Muchos de nosotros buscábamos la santa protección para pasar los exámenes recusados a febrero y, si pasábamos, íbamos contentos y alegres con el cántico a voz en cuello porque el pasar de curso , en mi caso, sería mas por el milagro de la Virgen que por mi sapiencia.
Mi primo Carlos Oviedo y yo muy temprano el día de la Virgen nos preparamos para ir, y buscábamos la manera de viajar, podría ser una carreta, un camión de carga o un micro que nos dejase subir y viajar en el portabulto sin pagar.
Pero vimos un caballo, ¡oh milagro! en su propio patio. Lo reconocimos, era un hermoso tordillo parejero que Don Silvano Benítez de Takua Cora dejò al cuidado de la casa para desde allí ir caminando a Santa María de procesión como tanta gente desde Ajos (Tal el nombre antiguo de Coronel Oviedo).
Y como buenos devotos de María consideramos un regalo el hermoso animal y al trotecito o a ratos galopando fuimos los dos luciéndonos con tan hermoso rocín.
Ya en Santa María, luego de la misa se activaban los juegos en el parque, la Calesita, Lotería, Jaburu, el Pin-pín de mi papá y el regalo mayor con sonido de Bandita el Torín.
Como un Teatro Romano en pequeño aquel coso Taurino era la joya de la Fiesta patronal. Fuimos por detrás del Torín y bajo la mata de un eucalipto atamos el caballo dándole rienda para morder el pasto y nosotros recurrimos al ingenio para entrar kaípe.
Aquel círculo de madera estaba repleto, la Bandita no paraba de sonar y el olor a frutas, chipas y todo tipo de fritangas nos abría el apetito de aquí a la luna. El torero Ángel Torales era el Maestro que se lucía ese día.
En una de las embestidas del Cebú, traído de Nueva Londres, oímos un estruendo terrible y toda una parte del la gradería cayó.
Mi primo Carlos Oviedo y yo salimos corriendo y se produjo la desbandada por el susto y por el Toro que repartía embestidas a medio mundo hasta que salió del ruedo y cruzo todo la zona de la calesita dando un color diferente a la fiesta,
Fuimos corriendo donde nuestro caballo para huir a tiempo, que eso no era cobardía, pero vimos a Don Silvano Benítez, dueño del corcel, allí nomas rascándose la cabeza, mirando un lado ahora y otro lado después sin entender que hacia allí su rocín esperándolo.
Se nos fue el hambre y quisimos que el Toro nos atropellase. Rezar un rosario ya no serviría de mucho.
Volvimos en la carrocería del camión de la panadería de nuestro barrio, con el Papá de Juancito que hacia ese servicio todos los años.
De eso, de todo lo que evoca una plegaria cantada, me viene la memoria, de las cosas bonitas y del susto de aquella hermosa infancia que nos permite volar más allá de nuestras propias ocurrencias.
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