14 Mar Ni “narca”, ni “violenta”: Colombia in-mensa
Lo más difícil, lo más importante. Lo más necesario, lo que a todos modos hay que intentar, es conservar la voluntad de luchar por una sociedad diferente sin caer en la interpretación paranoide de la lucha. Lo difícil, pero también lo esencial es valorar positivamente el respeto y la diferencia, no como un mal menor y un hecho inevitable, sino como lo que enriquece la vida e impulsa la creación y el pensamiento, como aquello sin lo cual una imaginaria comunidad de los justos cantaría el eterno hosanna del aburrimiento satisfecho. Hay que poner un gran signo de interrogación sobre el valor de lo fácil; no solamente sobre sus consecuencias, sino sobre la cosa misma, sobre la predilección por todo aquello que no exige de nosotros ninguna superación, ni nos pone en cuestión, ni nos obliga a desplegar nuestras posibilidades.
ESTANISLAO ZULUETA. Elogio de la dificultad.
Su cara cambió, también el tono de voz. No sólo no fui consciente de que caía mal mi pregunta acerca del “narcotráfico” (o de la “violencia”) a esta caleña; sobretodo no me di cuenta de que eran mis miedos, mis prejuicios -como generalización de estas cuestiones sobre lo colombiano- los que estaban hablando. Luego ella rio, y recordó a una amiga suya que en una discusión fuera del país, gritó “¡Mire que soy colombianaaa!”.
Casi 1.100.000 kilómetros cuadrados, 47 millones de habitantes (solo Bogotá tendría 12 millones), la segunda mayor biodiversidad del planeta (luego de Brasil) no puede ser capturada en esas dos etiquetas. Por esto, van relatos[1] fragmentados, discontinuos, de esto y de más, de algo de su inmensidad.
Ciudad, periferias, conflictos y resistencias
En las calles de Bogotá afiches anuncian un concierto en marzo del dúo Ana y Jaime con Piero (el cantautor argentino tiene nacionalidad colombiana y es muy querido allá). Conocer Bogotá es vivir una ciudad distinta cada vez. En la populosa (al menos 800000 personas) y popular localidad de Ciudad Bolívar, sobre cómo se fue poblando, un docente dice que quienes viven allí, lo que hacen es “recuperar no ocupar” esas tierras; en los últimos 25 años. Bogotá casi ha duplicado su población, mayormente por “los desplazados”, campesinado que sobrevive de la guerra. Sigue contando de procesos de organización en el territorio como las madres comunitarias quienes por dejar a sus hijxs solxs varixs se quemaron por lo que crearon esta forma de cuidado colectivo, popular y comunitario[2], lxs coordinadores de cuadra quienes no tienen paga, son elegidxs cada 4 años y pueden ser sacadxs en cualquier momento; agrega que en su escuela (“no hay puerta entre la comunidad y la escuela”) en el barrio de Potosí, el deporte y el arte son fundamentales contra quienes se quieren llevar a lxs jóvenes al reclutamiento del ejército o las redes narcotraficantes del bazuco[3].
En Cali (Valle del Cauca), dice una socióloga respecto a la segregación territorial y los imaginarios instalados “la (avenida) Simón Bolívar divide: hacia allá viven los negros”. En el distrito de Aguablanca, compas de Oriente Stereo, una FM comunitaria, cuentan como una banda atacó a tiros la radio pensando que colaboraban con la policía; tuvieron que dejar la radio y ahora vuelven (dicen que sus atacantes se fueron del barrio) sin programas aun. Cuentan de lo que hacían como arte, y se me queda esto cuando hablan de las culturas afrocolombianas “en el Pacífico, el pueblo es una gran banda: uno toca, se cansa y otro toma su lugar”.
En Valledupar (Cesar) conversando sobre lo repetitivo (cursi, cliché, repetitivas) de las letras de los vallenatos y que no hablan de los problemas y cotidianos, me cuentan que el paramilitarismo[4] no es una ideología sino “una cultura” y ejemplifica que un comandante paramilitar le daba dos millones de pesos a un músico vallenatero para que lo salude en su siguiente material. Ellxs recopilan vallenatos que “narran acontecimientos reales, vividos, ya sea por su autor o por una comunidad, que describa territorios, lugares de memoria, personajes representativos y sentimientos surgidos a raíz de lo vivido durante el conflicto armado”[5].
Le dicen “tractomulas”; son camiones de carga enormes que, saliendo de Bogotá, llenan las rutas, con carbón sobretodo.
Enormes extensiones de cultivos de palmas de aceite (Elaeis guineensis) acusadas de haber sido desarrollados gracias al terror paramilitar que empujó al abandono de las tierras por lxs campesinxs; una frase de uso común “Debajo de cada palma hay dos campesinos asesinados”.
Oleoductos en varios departamentos con tanques para que no sean volados. Putumayo era un departamento perteneciente a la llamada región amazónica, pero por decisión del presidente Santos, ahora es “zona minera”, facilitando la extracción de las corporaciones transnacionales donde se destaca el petróleo.
El 35,8 % de las exportaciones del 2013 fueron a Estados Unidos[6]. Oigo que un médico mexicano dice en una reunión con médicxs colombianxs, en chiste en serio “si no, al rato tenemos otro Hugo Chávez aquí”; en el grupo, nadie dice nada.
Pensando estos paisajes de vaciamiento, nos dice del extractivismo capitalista el sociólogo José Seoane “Ese carácter de privatización y mercantilización del modelo neoliberal tuvo tanta presencia en nuestra región tanto en las reformas pro mercado y las privatizaciones de empresas y servicios públicos en los años `90 cuanto, también, en la mercantilización y explotación intensiva de lo que llamamos los bienes comunes de la naturaleza y que desde la economía tradicional se nombran como recursos naturales. Este último aspecto remite particularmente a la constitución del modelo extractivo exportador en nuestra América Latina de las últimas décadas cifrado en la expansión de la megaminería a cielo abierto, los cultivos transgénicos, los monocultivos forestales, la extensión de la explotación hidrocarburífera –con su capítulo actual del shale gas- hasta los enclaves turísticos de lujo y las obras de infraestructura (caminos, represas, etc.) que este modelo requiere”[7].
Conflicto ¿armado?
En el Placer, un pueblo del Putumayo, caminando con botas brillantes y negras recién compradas aun con el precio pegado (pues me dijeron “a la Amazonía no se va con chancletas”) vamos a tomar fotos de un edificio, ocupado por el ejército que hoy controla el lugar. Al pedir permiso, un teniente dice que las botas negras las usan “los guerrilleros”, así como las remeras negras. Mi cara. Luego supe además que obligaban a que las mujeres tengan visibles los hombros pues los paramilitares observaban si tenían “marcas por llevar colgado el fusil y la mochila” o revisaban las piernas buscando marcas de usar botas por usarlas mucho tiempo: “eso es signo de que usted anda por ahí”. Complejidades de la guerra.
El discurso gubernamental y massmediático nombra el conflicto así, “armado”. Negando tiene otras dimensiones, se vela el trasfondo estructural económico centrado históricamente en el latifundio (suena conocido, ¿no?). Se habla de “post conflicto” pero la paz sola no es paz.
Una frase repetida por diferentes personas fue “acá la ¨culpa¨ de todo la tiene la guerrilla. En las veredas (zona rural) visitadas, si bien hay quejas sobre las guerrillas[8] (mayormente secuestros y “vacunas” como sus formas de financiación) son abrumadoras mayores las quejas contra el paramilitarismo (o “paracos”); estas milicias de civiles armados harían parte de un complejo con las élites económicas, el gobierno, el poder narco y el ejército; esto hace que me diga un sociólogo “en la época de los paramilitares, Colombia era un estado paramilitar”[9]. Resalta al ex gobernador de Antioquia, ex presidente y actual senador Álvaro Uribe Vélez, quien impulsó su concepto de “seguridad democrática”, el que estaría ligado “directamente contra las guerrillas”[10].
No conocía la palabra sevicia; crueldad excesiva significa. Llamada a la madre durante la tortura de su hijo de 10 años para que oiga; violaciones colectivos de mujeres y luego empalamientos; futbol con cabezas de campesinos previamente decapitadxs todo frente a sus familias en la plaza central del pueblo; motosierras (“los empezaban a mochar por partes, los despedazaban”); “a una madre le llevaron un pedazo de nalga y le dijeron que cocine y coma, lo hizo con papas fritas y luego vio en una bolsa al lado, la cabeza de su hijo”; “lo abrían, le llenaban los intestinos de piedras para luego cerrarlo y dejarlo morir”.
Lo jodido de la lógica guerrerista, sólo un ejemplo: le llaman “falsos positivos” a los asesinatos cometidos por la fuerza pública y presentados como “guerrilleros” alentado por los premios en dinero que ofreció el ex presidente Uribe por cada “guerrillero muerto”[11]. De hecho la respuesta a la consulta acerca de qué seguridad tiene alguien de la guerrilla de que, deponiendo las armas, no será asesinadx (recordemos la experiencia de la UP, aún está presente en el dolor y en la desconfianza[12]), fue “Ninguna”. De ahí lo difícil del proceso de los diálogos en La Habana, como dice el antropólogo marxista Jaime Caycedo “El acuerdo parcial alcanzado en La Habana y suscrito por las partes el día de hoy es un paso muy importante en el camino hacia una solución política. Compromete principalmente al Estado colombiano con las garantías inherentes a cualquier proceso de paz con opción de avanzar exitosamente. Es el principio de un blindaje frente a la práctica del genocidio político como mecanismo para eternizar los privilegios y el autoritarismo a través del terrorismo de Estado encubierto”[13].
Preguntando si que debía suceder para la paz; las respuestas fueron diversas; silencio, “debe caer Uribe (…). Mientras no se derrumbe esa verdad absoluta que Uribe enquistó en la sociedad colombiana, eso se va mantener” o salidas más estructurales y sistémicas. El complejo y necesario camino hacia lo que el sociólogo periodista y escritor Alfredo Molano llampo “una paz sin victoria”[14].
Sin duda, el derecho del pueblo de sublevarse contras las opresiones es legítimo, esos que Jorge Zalamea invita en “El sueño de las escalinatas” (1972)[15].
Ahora, lo que implica apostar a esto es tremendo: grandes perdedores son -de nuevo- la población civil humilde de los territorios en disputa. Desde este comentario sobre el Plan Colombia y sus pulverizaciones masivas de veneno contra las plantaciones de coca (“Nos fumigan como cucarachas”, decían) hasta en los chistes (cuando dije que me daba miedo dormir en un cuarto sólo en una comunidad aterrorizada por años, la respuesta fue “Bueno, si no querés dormir solo acá hay muchas viudas… con hijos paraquitos o guerilleritos”), el dolor presente.
¿Legalizaciones?
Mirada profunda, tono de voz bajo: “Antes del narcotráfico era magnifico, había comida”, me dice este activista. Dice que su llegada destruyó los lazos solidarios campesinos, las costumbres de las mingas, impulsando el consumismo, el individualismo y la desconfianza. Pudiera ser llamativo qué en este contexto, no hubiera debate acerca de legalizar los derivados de la cocaína pero me explican que esto sería por lo eminentemente conservadora de la sociedad colombiana. No debate casi.
Muestran, mientras caminamos (jadeante uno) por una ladera de la serranía del Perijá, muestran el lugar donde estuvo un cambuche, un laboratorio de cocaína. El poder narco dista de ser el del tiempo de los “lavaperros”, nombre que daban a quienes trabajaban para quienes dirigían los carteles debido a que llegaron a tener una persona por perrx, encargada para bañarlxs, pero no hay dudas que sigue pesando.
Una experiencia institucional: Unidad de víctimas
Entre 1958 y 2012, según el Centro Nacional de Memoria histórica habrían habido 219.098 asesinadxs, 27.023 secuestros, 1.982 masacres, 4.744.046[16]. La Unidad para la Atención y reparación integral de víctimas[17], desde la presidencia de la República, tiene una tarea[18] que nace ya superada per se en tanto esto es de la sociedad toda. El circuito (una simplificación pero bue) acumulación, desigualdad, terror, impunidad, miedo exclusión es desafiado por su intento: Allí se acompaña esto con estrategias grupales de recuperación emocional con niñez, adolescencia, adultez; en la entrega real o simbólica de cadáveres víctimas de desaparición forzada y homicidios (el primer nombre fue “restos” y, por quejas de las víctimas, se pasó a “cadáveres” o “fragmentos cadavéricos”); con “Entrelazando”, que busca “contribuir a la recuperación del tejido social, el restablecimiento de las relaciones de confianza y el fortalecimiento de la convivencia” donde se entiende que “la protagonista es la comunidad y en especial aquellas personas que han sido reconocidas como cuidadores tradicionales, quienes asumirán el rol de tejedores y tejedoras” intentando “recuperar prácticas sociales que permiten el encuentro y el intercambio, propiciar espacios de Duelos colectivos para la expresión del sufrimiento, resignificar espacios de terror por medio de Iniciativas Locales de Memoria, reflexionar sobre las Formas de pensamiento que contribuyeron a validar los hechos de violencia a través de los Imaginarios Colectivos”.
En esta complejidad, y oyendo una presentación suya, surgen preguntas ¿Cómo la unidad de víctimas promueve estrategias de cuidado para no victimizar a sus trabajadores? ¿Qué posibilidades tiene de debatir sus integrantes sus perspectivas político ideológicas (entendidas como necesarias para construir su tarea) en medio de los miedos?; ante esta tarea que nace desbordada por su monto ¿Cómo nutrirse de sabidurías otras (de indígenas, de la niñez, de las periferias sociales…)?
Y en el medio, la vida
Si, acabé hablando de eso: “Violenta” y “narca”. Y quizás es lo que quepa aquí… Toda la vida que encontré y que me sacó los miedos que no sabía que tenía, no caben en 6 páginas de Word.
Agustín Barúa Caffarena es terapeuta (individual y grupal), hace acompañamientos en salud mental de equipos, y proyectos sociales comunitarios.
[1] Construidos durante una visita al país durante febrero del 2015.
[2] http://magazine-unespacioparatodos.blogspot.com/2011/05/historia-de-la-las-madres-comunitarias.html
[3] Residuo en el procesamiento de la cocaína de baja calidad.
[4] Sobre paramilitarismo, ver más adelante: Conflicto ¿armado?
[5] Proyecto “Cantando quiero decirte”. Ver http://memoriasdelconflicto.com/index.php/cantando-quiero-decirte/item/51-cantando-quiero-decirte
[6] Exportaciones colombianas abril 2013. Ministerio de Comercio, Industria y Turismo. Extraído de www.mincit.gov.co/descargar.php?id=67131
[7] CETRI. Extractivismo, despojo y crisis climática. 18.06.14. Extraído de http://www.cetri.be/spip.php?article3502
[8] Se hablan de las guerrillas liberales (gaitanistas) y marxistas (M 19, Ejército de Liberación Nacional o E.L.N., E.P.L., Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia- Ejército del Pueblo o F.A.R.C. – E.P.)
[9] U otro comentario por ejemplo respecto al Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), el principal centro de inteligencia estatal de Colombia: “El DAS. era una oficina de los paramilitares”.
[10] Un activista de derechos humanos precisa “por falta de presencia del estado, surge la guerrilla. Por falta de presencia del estado, surge luego el paramilitarismo”.
[11] Ver documental sobre falsos positivos: https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=Srxt7bGBsr4
[12] La Unión Patriótica (fundada en 1985) es una propuesta política de izquierda que entre 1986 y 1990 perdió entre 3500 y 5000 militantes y simpatizantes (incluyendo dos candidatos a la presidencia, 8 congresistas, 13 diputadxs) en una práctica de extermino desde el paramilitarismo, el ejército y el narcotráfico.
Ver: http://unionpatrioticacolombia.com/
[13] Voz. La verdad del pueblo. Jaime Caycedo: “Blindaje contra el genocidio”. 13.11.14.
Extraído de http://www.semanariovoz.com/2013/11/13/jaime-caycedo-blindaje-contra-el-genocidio/
[14] Rebelión. Paz sin victoria. 03.06.13. Extraído de http://www.rebelion.org/noticia.php?id=169121
[15] Necesito de vosotros y todos los seres de condición contradicha.
He aquí, pues, mis citaciones a esta audiencia:
En primer término, cito a los hongos humanos que proliferan sobre las escalinatas o agonizan en ellas:
Esculturas vivientes, gesticulantes y gimientes que abren avenida hacia la abierta sala de nuestra audiencia:
el adolescente epiléptico que hace precipitar el ritmo de
las plegarias con su alarido de entusiasmo y su bramar de espanto; el enano que salmodia su irreparable mendicidad bajo el lujo de su enorme turbante amarillo;
el paralítico que con sus tablillas ambulatorias, remeda sobre la sorda piedra la invitación de las castañuelas a la danza; la leprosa que, mendicante, púdica, coqueta, desesperada exasperada, cierra o hace flotar el vuelo violeta de su manto sobre su desleída carne gris;
el niño que pone al sol los coágulos azulencos de sus descompuestos; el hermoso mozo mutilado por sus propios padres para que la muda y desnuda plegaria de sus muñones le garantice el pan de cada día;el demente, el sifilítico,
el calenturiento,
el idiota,
el varioloso, el pianoso, el tiñoso,
el sarnoso, el caratoso,el tuberculoso,
y toda la horda innumerable de los consuntos.Zalamea, J. (1972). El sueño de las escalinatas. Bogotá: Tercer Mundo, 1964. Bogotá: Canal Ramírez.
[16] http://www.centrodememoriahistorica.gov.co/
[17] http://www.unidadvictimas.gov.co/index.php/en/conozca-sus-derechos/reparacion-integral
[18] Trabajan la rehabilitación, indemnización, reparación, satisfacción, no repetición, restitución.
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