24 Mar Cuando la muerte te despierta
Por Sara Schupmann
Desde que recuerdo, este país ha sido víctima de corruptos y ladrones «de todos los tamaños y colores» como decía mi viejo, porque en esta tierra colorada, todo se tiñe con el color del barro, el mismo barro en el que venimos chapoteando toda una vida.
Solo quiero poner esta carta sobre la mesa; siempre ha sido así, solo que ahora la gente se siente identificada, porque son amigos, parientes y conocidos, los muertos de todos los días en el noticiero.
Aquí se ha muerto gente de hambre, por falta de remedios, de hospitales, médicos, caminos!
Los pobres se mueren bajo cualquier puente, hule, cartón, en total desamparo y desabrigo. Anónimos por pobres, miserables, invisibles haragánes de la vida, indios, sucios…
Pero ahora se muere la gente como nosotro la que trabaja y procura y sirve al país, gente buena e inocente que vota, paga impuestos y va a misa.
Ahora, de repente, nos damos cuenta de que roban y trafican, y matan (por pecado de omisión diría el pa’i) y se cagan en nuestros derechos, y se «limpian el culo» con la constitución, la palma, el olivo y el gallardo león que adornan la bandera, la misma que tanto indigna cuando arde.
Hoy, a pesar de las décadas transcurridas, la maldición colorada nos vela el horizonte y no podemos librarnos de sus fósiles imperecederos, que siguen sobornando el futuro con sus mentiras de siempre. Marito, pelele colorado hijo y heredero de la dictadura, viene a reconfirmarnos la desgracia. Somos un pueblo sin memoria.
Hoy «despertamos» en un país miserable, saqueado y agonizante que pide limosna sin vergüenza, un país socavado por la corrupción histórica que lo gobierna.
Y nos indigna, ahora, porque nos toca de cerca y no hay color ni partido ni padrino ni seccional ni cura ni milagro que nos salve, lo que hay es muerte de cualquier clase.
Vivimos el resultado de una forma «colorada» de estado, porque no es el gobierno de turno y cualquier color, es la costumbre y la incapacidad de reconocer que nunca nos indignó la indignidad, porque, ipahape, la corrupción es una enfermedad hereditaria que se transmite de generación en generación.
Desde que recuerdo, este país ha sido víctima de corruptos y ladrones «de todos los tamaños y colores» como decía mi viejo, solo que siempre los desgraciados eran los otros, los pobres, miserables, haraganes e invisibles…
No la gente como nosotros.
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